martes, 15 de agosto de 2017

liberté

Dígale que me muero. Por favor.
El tiempo se vengó de mí, me cobró la buena fortuna del pasado, y yo me quedé otra vez mirando al gozo envuelto en una llamarada. No es tristeza ni miedo lo que yo percibo en el aire, es este calor asfixiante, es esta sed aguda y crocante dentro de mi alma; lo único que siento fuerte es la sequía del corazón.
Dígale que mi vida es un páramo púrpura, que mis labios sangran sin razón, pídale que me regale un beso, aunque sea uno de despedida. Dígale que ya bajé la guardia, que alucino, que levito y  me tropiezo con su nombre y apellido cada vez que aparece su rostro en mi mente... llórele para que vuelva, dígale que ya no puedo... no puedo, no puedo simplemente no volverlo a ver jamás.
Sé que no volverá, sé que no quiere oírme y por eso lo dejo aquí, como un mensaje en una botella lanzada al Maelstrom de otro universo, porque este mundo no es de él. Ni de usted.
Por favor, cuéntele de todos los días y todas las noches que he jurado que en su piel he leído mi destino; y si mi nombre no le viene más a la mente, dígale la verdad: yo lo he librado de mí desde que le solté las manos, mis cadenas se volvieron ramas secas, y desde entonces no ha dejado de llover. Mi vida se convirtió en otra vida, el mismo espacio vacío pero en otro lugar, el agua me inundó el pecho y me latió en el corazón. Cuéntele, si usted me vio, cómo su libertad me dolió como ningún amor me va a doler jamás. Dígale, júrele que yo le seguiré siendo leal a ese amor por este dolor, y a esa vida por esta vida mientras el sol y el mar sigan siendo tal y cual.
Él lo sabe, él lo entenderá. No quiero decirle adiós porque ése sólo podrá salir de sus labios, pero él sabrá que ahora es libre y si tuviera alguna respuesta, yo no quiero escucharla. Él no sabe de filtros ni para el amor ni para las palabras, y si yo soy una de tantas, no me lo diga: recuérdele que solamente quería saber si él me quiso alguna vez, si alguna vez pensó que su lealtad sería amor, como yo tantas veces deseé.

Y si usted lo sabe no me lo diga, y si usted no puede tampoco, déjeme seguir, que aquí estamos usted y yo: deje que tome sus manos, déjeme besar sus labios y mire cómo yo me vuelvo a equivocar. Déjeme soñar de nuevo, recuerde que al fin y al cabo, yo me muero.

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