sábado, 14 de julio de 2012

Anabelle Lee.

It was many and many a year ago,
          In a kingdom by the sea,
    That a maiden there lived whom you may know
          By the name of ANNABEL LEE;
    And this maiden she lived with no other thought
          Than to love and be loved by me.

    I was a child and she was a child,
          In this kingdom by the sea;
    But we loved with a love that was more than love-
          I and my Annabel Lee;
    With a love that the winged seraphs of heaven
          Coveted her and me.

    And this was the reason that, long ago,
          In this kingdom by the sea,
    A wind blew out of a cloud, chilling
          My beautiful Annabel Lee;
    So that her highborn kinsman came
          And bore her away from me,
    To shut her up in a sepulchre
          In this kingdom by the sea.

    The angels, not half so happy in heaven,
          Went envying her and me-
    Yes!- that was the reason (as all men know,
          In this kingdom by the sea)
    That the wind came out of the cloud by night,
          Chilling and killing my Annabel Lee.

    But our love it was stronger by far than the love
          Of those who were older than we-
          Of many far wiser than we-
    And neither the angels in heaven above,
          Nor the demons down under the sea,
    Can ever dissever my soul from the soul
          Of the beautiful Annabel Lee.

    For the moon never beams without bringing me dreams
          Of the beautiful Annabel Lee;
    And the stars never rise but I feel the bright eyes
          Of the beautiful Annabel Lee;
    And so, all the night-tide, I lie down by the side
    Of my darling- my darling- my life and my bride,
          In the sepulchre there by the sea,
          In her tomb by the sounding sea.
 
                                                              -Edgar Allan Poe.  

viernes, 13 de julio de 2012

... Y aunque yo quisiera no se da.

Era un suicido, una hora, un segundo, un minuto, una lágrima derramada que a nadie le importaba, el extracto incoloro e indefenso de su alma y juventud, eso era ella todos los malditos días. Era un regalo, decían, ¿y si alguien me hubiera preguntado qué pensaba yo? Yo no pensaba nada. Casi siempre era su olor lo que me disgustaba, su presencia me causaba mareo y su nombre, náuseas. Ya no se podía decir que era amor lo que sentía por ella, era sólo una infinita compasión que había estado empollando sin querer en la cuna de la culpa, la que ella me adjudicaba con esa mirada angustiada que, de verdad, a nadie le importaba. Si de algo sabía yo era de la culpa, mil veces había tenido que arrastrarme como un gusano de la peor clase, pidiendo, implorando a cualquier persona como ella, o peor que ella, que un día todo tomara forma, que el tiempo de espera se cumpliera y que la luz me diera en la cara o que me absorbiera la oscuridad, pero nunca sucedió nada, gracias a mí; siempre es lo mismo conmigo: no hago lo que quisiera y aunque quisiera no lo haría.

Qué triste que no haya víctima con nombre aquí, qué lástima que el victimario firme hoy con una gran equis como la cruz que lleva ella en su espalda, sin un autor capaz de salvarnos la vida; mil años habrían de pasar y nosotros seguiríamos encadenados, juntos, con ella y su mano en mi cuello forzándome a mirarla como siempre hemos deseado ambos que yo pudiera mirarla; ella no entiende que estos ojos se quedaron ciegos un día y aunque transcurran en este mismo instante esos mil años que ella podría esperar, yo nunca podría sentir lo que siente ella; ¿y si me preguntan qué es lo que siento yo? Un abismo, una pasión hecha añicos y un deseo inalcanzable de perderle la huella, de escapar de ella. Cómo quisiera cerrarle los labios por una vez, que me mirara sin miedo y que yo pudiera ser capaz de decirle 'Mira, ya no te quiero'... que las cadenas calleran a pedazos y no ella. Ojalá yo pudiera entender que la vida (ni nadie) no nos tiene sentados atados de manos y pies, incapaces de romper el hechizo, o, en este caso, la maldición...

Qué mal que no podría, ni ella, ni los dos, ni nadie. La verdad se nos escapa de las manos siempre que creemos tenerla ahí y aunque así fuera somos personas débiles y demasiado amables como para poder discutirla, estamos demasiado sordos, ciegos... perdidos, estamos demasiado atados y muy poco enamorados. ¿Qué sería de nuestras vidas solos? Una tormenta, un delirio. Qué mal que no puedo hacerlo. Ella era un suicido, siempre lo fue y siempre lo será.  Siempre es lo mismo con ella: me daría lo que yo quisiera y aunque yo quisiera no se da.