sábado, 25 de agosto de 2012

There's nothing wrong with running away.

No existe forma de escapar a esto, no existe. Es como querer desviar la bala que sé perfectamente que se dirige hacia mí, aunque lo haga por la espalda, una vez más.
Las venas se encuentran secas, el terreno erosionado y todos los envases (opacos, traslúcidos, eternos, rosas... muertos) vacíos; la esperanza no se crea ni se destruye, pero tampoco viene, solamente va, como siempre.
La pregunta sigue siendo la misma, ¿qué es lo que hay que hacer? El infierno sigue siendo el lugar en el que habito, yo no soy libre de pecado, yo no soy una excepción, ni mucho menos una víctima pasiva; yo estoy aquí, como muchos otros, escondiendo la cara debajo del ala, como las aves, pero no para dormir, sino para soñar que estoy en otra parte.
Adoré a la soledad más que cualquier otro ser viviente (que haya permanecido vivo), me goberné por la autocompasión y me dormí detrás de la defensa más flexible y contraproducente que pude encontrar, ¿para qué? Al final, fracasé en mis intentos por llegar a cumplir mis propias fantasías impuras, mis delirios de elocuencia, mi obsesión con la perfección y me eterno compromiso con las mentiras, todo se terminó, como todo se termina siempre y las cosas nuevas, a pesar de cualquier opinión misógina (ignorante, precipitada, sin fundamentos) que pudiera emanar de mi persona, no dejan de llegar, de sostenerme furiosamente la cara con las garras y de forzarme a llenarme la boca con el carbón para encender su fuego.
Entonces no queda más que esperar a que ese fuego deje de arder, a que mis ojos dejen de llorar cenizas, a que la lava que vomita mi corazón deje de petrificar todo mi interior, y tal vez en ese momento, sin tanto humo y sustancias tóxicas, vuelva a ser quien yo era. No es que yo ame a esa persona, es más, ni siquiera le tengo un poco de respeto, es, simplemente, que formaba parte de mi esencia, del alma que yo recuerdo que reconocía, que habitaba en mí como el relleno sustancioso dentro de alguna masa llena de grumos.
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Hablando con honestidad, sin palabras rebuscadas, sin sentimientos de golpe, sin promesas hechas al vapor, sin vicios del ideolecto, no creo que a este punto esta pieza amorfa pueda reconstruirse, hay demasiados espacios en blanco, aquellas piezas se perdieron en la oscuridad, de hecho, no sé exactamente cuánto porcentaje de esta vida sea capaz de reconstruirse, lo que sé es que tampoco me queda otro plan, ya no me queda nada, ni nadie. Nacimos llorando, siempre, y moriremos llorando. Siempre.