martes, 13 de octubre de 2015

Contando las horas

En mi más humilde opinión, esto sigue siendo demasiado.
Demasiado para mí, para nosotras, para el universo. No es posible, no lo quiero, no lo soporto.
Eso es todo.

Hoy, como hace justamente un año, no tengo palabras que sirvan siquiera para que alguien alcance a vislumbrar todo el dolor y la rabia que me licua las entrañas, solamente puedo cerrar los ojos y gritar 'no', igual que en ese momento. Tal vez ya no berree y trate cuidadosamente de no fundirme con el más amargo de todo mis recuerdos (porque, insisto, ¿quién puede hacer eso todos los días?), tal vez ahora ya pueda concluir con que me encuentro sin fuerzas para seguirme hundiendo más aunque esto pareciera no tener fin. Y en vez de caer, me mezo.
Debo admitir que, a pesar de esta arremolinada naturaleza, me he mantenido positiva. He tenido problemas lidiando con las dos realidades, claro, igual que tú y que todos, pero es posible que no sea suficiente. No sé cómo lo hiciste tú, pero lo voy a intentar.
Lo importante es que estoy aquí de nuevo, vistiéndome de la niña pequeña, sumergiéndome (es decir, ahogándome) en el más cruel de todos los tipos de amor, de añoranza y de espera, porque no puedo crecer nunca y mucho menos cuando se trata de ti, me da vergüenza pensar que no me viste ser valiente... es más, odio recordar que no me viste ser nada; es tan sólo que me parte el corazón saber que tú, más que nadie en este planeta creías en mí, creías en todo lo que tengo por decir... le tenías fe a mis palabras, y tuviste que ser tú el primero en irte. No es justo, no lo entiendo. No lo quiero, lo detesto.
Es este horror y es esta pena lo que me tiene aquí ahora, pues no existe necesidad humana más grande que la de aquello que uno piensa incondicional e irrevertible, eres el único amor que nunca se me iba a negar y la vida te arrancó de mí para que enmendara mi error al universo; para pagar con sangre de mi sangre, justo como debía ser.
Perdóname, una y un millón de veces, por arruinar todo.
Aunque eso, honestamente, ni siquiera importa; el momento de la sinceridad puedo ahorrármelo, lo sé, si estoy (realmente) convencida de que existe a través de cada uno de los momentos en que siento tu presencia, te veo en mis sueños, y fabrico realidades (qué sorpresa) en las que todo esto es una mentira ridícula que tu ridícula hija se inventó para tener tu atención, para que la miraras con ese amor con la que nadie nunca la va a poder mirar de nuevo.
Así vivo, pendiente de mis pensamientos, cavilando entre deseos que nunca van a poder cumplirse, esclavizándome como estúpida ante las tempestades de mi memoria, cediéndole terreno todos los días a la esperanza, a la paciencia, a la serenidad, porque no tengo opción y porque cada día este mundo se hace más pequeño, sus límites se dibujan cuando recuerdo tu mirada, tu voz y la infinita suavidad de tu humildad (reservada para unos), tanto como la severidad de tu orgullo (aplicable a todos, por igual). El mundo no es suficiente para este amor, ni para este odio, ni para este miedo. Me estoy yendo poco a poco, amando la idea de hacerme más vieja cada segundo, de estar siempre un paso más cerca en ese camino a volverte a ver.
No es que no sepa cómo evitarlo, es que no sé cómo no lo pensé antes. ¿Lo ves ahora? Las dos realidades, justo ahí.

Podría seguir agradeciéndote por todo lo que tengo en la vida, por todo lo que sin ti no hubiese tenido sentido alguno, el único problema es que la segunda lista sigue vigente, y se hace más larga cada día. No me importa lo que vea, lo que pruebe o lo que sienta, no importa porque no estuviste ahí para verlo, no importa lo mucho que sufra, no lo voy a poder arreglar. No importa nada, lo ves, solamente los días que me faltan para volver a verte, sólo cuentan las horas que le quito a mi sentencia. Sólo cuentas tú y tu nombre; no existe un fervor más grande, no hay amor más grande que este.
¿Lo ves? tú y yo siempre hemos sido demasiado.

jueves, 1 de octubre de 2015

Hexen

Ella está en blanco, en el blanco más puro; apretando los ojos, de pie frente a la marea, conteniendo la respiración con el alma aguadándole la sangre. Sangre, todo lo que le queda es sangre.
Sangre hoy y sangre para siempre.
Pero, escúchala: rocío de agua salada, limadura de plata y... déjame adivinar...
Mírala, escondiendo el puño cerrado, callando el ingrediente secreto; pintándolo y espolvoreándolo de magia, escribiéndolo sin dudas aunque suene a estiércol cayendo desde lo alto, desde allá, desde el culo de Dios.

Octubre es una orquesta de balas, un ciclo infinito de errores, y suena desde el primer día hasta la 'e' como una maldición. ¿Qué más hay que decir al respecto? Que ése es justo el problema, tiene la cabeza infectada de aguapuerca y toda la sangre liviana, liviana y maldita, verdad de Dios; se la está sorbiendo el silencio, la tempestad uterina y la levedad inmunológica. ¿Cuál será el momento idóneo para agonizar o para hundirse?, ¿ahora sí es de verdad?
Mírala, ahí está otra vez huyendo, cauterizando las heridas con coplas sobre libertades compradas, cubriendo los agujeros de bala con los dedos mochados, rellenándolos con ceniza: lo único que queda de la vida misma. Sonriendo porque qué chingados puede salir peor ya.

Díselo, que no tiente al destino porque, como siempre, esta sangre no ha parado ni parará por los otros noventainueve octubres malditos, patrocinados por esta luna sangrantes (tuya, solamente tuya)... Faltan otros noventainueve años de pura puta soledad.