domingo, 27 de agosto de 2017

fraternité

He escuchado de la terquedad, he escuchado del cambio, he escuchado de todo. A mí me han hecho promesas de todo tipo, me han hecho sentir demasiadas cosas: desde el más siniestro asco y la más brutal decepción, hasta el amor más lleno de odio, sin embargo, había algo que me faltaba; un día me percaté del abismo de lo no sentido, de lo jamás disfrutado: como si fuera una brisa de gélido fondo marino, estaba un universo colapsado dentro de mi pecho.
Solamente quiero ser puntual en que no lo estuve buscando, ni emití un sonido cuando lo vi de frente enmedio de una noche fría, enmedio de un montón de gente, pero seguiré siempre admitiendo que mi abismo se cerró en el momento que vi la luz tocar esos ojos. No sé exactamente por qué o cómo, sólo estoy  segura de que, si 127 años de incidencias numerológicas hubieran tenido lógica algún miserable día, ese día fue cuando lo vi.
No es necesario hacer hincapié en el hermoso resto, ni siquiera he de tratar de hilar los hechos para salvarme de la culpa, la sobriedad y el fukú, en-ese-orden, solamente vale decir que lo único que yo creía imposible en la vida era sentir la fuerza de la noche plutónica sacudiendo los cimientos de esta tierra... y me ocurrió justo a mí.
He pasado cada instante, desde hace poco más de siete años, intentando disculparme y justificarme por lo que siento y por lo que no siento, por lo que tengo que no me satisface y lo que no podré tener jamás, y aunque sea por un instante, por un día, o dos (o tres) algo rompió la última categoría, se devoró todos mis filtros, llenó todos mis silencios y estuvo ahí, conmigo, como si hubiera estado siempre.
¿Qué tan tonta tengo que ser si me sé el nombre y la dirección de la gran pregunta y sigo buscando respuestas? Salgo por las noches a buscarlas y me encuentro con él en sueños, esa trampa mortal que me tiende la mente cada vez que me atrevo a cerrar los ojos, y lo veo fijamente y siento que no es sólo un hombre, siento que es un diablo. No sé cómo todavía no entiende que si hay algo que a mí me gusta más que el descaro, la soberbia y el desastre, son los demonios. El pasado y el futuro, un eclipse, un juego, una maldita visión.
He escuchado de la terquedad porque la llevo atada a mí como una cruz al cuello, he escuchado del cambio porque le huyo por todos los medios que conozco, y si no existen, los escribo para romperlos justo en la cara del tiempo tal como él ha hecho con todas las promesas que he escuchado. Sin embargo, me encontré con un misterio que no estoy autorizada a resolver, ni siquiera a mirar de cerca. Y otra vez estoy aquí, deslizando mensajes debajo de la puerta de la muerte para que entienda por qué necesito una prórroga una vez más.


martes, 15 de agosto de 2017

liberté

Dígale que me muero. Por favor.
El tiempo se vengó de mí, me cobró la buena fortuna del pasado, y yo me quedé otra vez mirando al gozo envuelto en una llamarada. No es tristeza ni miedo lo que yo percibo en el aire, es este calor asfixiante, es esta sed aguda y crocante dentro de mi alma; lo único que siento fuerte es la sequía del corazón.
Dígale que mi vida es un páramo púrpura, que mis labios sangran sin razón, pídale que me regale un beso, aunque sea uno de despedida. Dígale que ya bajé la guardia, que alucino, que levito y  me tropiezo con su nombre y apellido cada vez que aparece su rostro en mi mente... llórele para que vuelva, dígale que ya no puedo... no puedo, no puedo simplemente no volverlo a ver jamás.
Sé que no volverá, sé que no quiere oírme y por eso lo dejo aquí, como un mensaje en una botella lanzada al Maelstrom de otro universo, porque este mundo no es de él. Ni de usted.
Por favor, cuéntele de todos los días y todas las noches que he jurado que en su piel he leído mi destino; y si mi nombre no le viene más a la mente, dígale la verdad: yo lo he librado de mí desde que le solté las manos, mis cadenas se volvieron ramas secas, y desde entonces no ha dejado de llover. Mi vida se convirtió en otra vida, el mismo espacio vacío pero en otro lugar, el agua me inundó el pecho y me latió en el corazón. Cuéntele, si usted me vio, cómo su libertad me dolió como ningún amor me va a doler jamás. Dígale, júrele que yo le seguiré siendo leal a ese amor por este dolor, y a esa vida por esta vida mientras el sol y el mar sigan siendo tal y cual.
Él lo sabe, él lo entenderá. No quiero decirle adiós porque ése sólo podrá salir de sus labios, pero él sabrá que ahora es libre y si tuviera alguna respuesta, yo no quiero escucharla. Él no sabe de filtros ni para el amor ni para las palabras, y si yo soy una de tantas, no me lo diga: recuérdele que solamente quería saber si él me quiso alguna vez, si alguna vez pensó que su lealtad sería amor, como yo tantas veces deseé.

Y si usted lo sabe no me lo diga, y si usted no puede tampoco, déjeme seguir, que aquí estamos usted y yo: deje que tome sus manos, déjeme besar sus labios y mire cómo yo me vuelvo a equivocar. Déjeme soñar de nuevo, recuerde que al fin y al cabo, yo me muero.

martes, 8 de agosto de 2017

egalité

Después de tantos reveses de la vida, no hubiera esperado menos del siguiente episodio: un instante de entrega que por hoy quisiera inmortalizar. Mañana tal vez las cosas no puedan decirse así de fácil, mañana tal vez sean la soledad y la agonía las que vuelvan a hablar por mí, pero hoy puedo decir que me complace sentir la brisa marina aunque mis pies ya no toquen la arena y a mis ojos los ciegue el mar.
He dejado ir la gran promesa de tenerte, he dejado de pensar que pasará... te bebiste un año y medio de mi vida de un solo trago y sin respirar, y te lo seguí ofreciendo todo, así podría seguir por siempre, el año entero y otro más sólo por verte, por escucharte, por seguirte a donde vayas... por jurarte que no podría amarte más. Es verdad, es verdad, la estupidez enamorada me mantiene con la frente hundida en tu pecho y las manos atadas a tu cadera desde aquella vez, y aunque quisiera atreverme a decirte que sé que yo nací para mirar tus ojos, eso me obligaría a aclarar que también nací para perder.
Hace un par de noches te tuve entre mis brazos, en mis labios, en mis manos, y ahora no tengo más que espuma ardiente del veneno que mi sangre puso a hervir, porque sabía que iba a perder tu rastro al segundo de soltarte, porque ya estabas ahí preparado para huir. Encendí un fuego que me alcanzó y me envolvió en su llamarada, que me atrajo con delicadeza a un juego del mal entre tú y yo, el juego más peligroso, ¿qué quería probar?, ¿a quién diablos engaño, si estoy aquí queriendo redimirme de todo en nombre de mi perdición?
La libertad no fue la que me besó la cara con la bella delicadeza de un donjuán, la libertad no me volvió su presa y me devoró la piel, esa fue la igualdad que nunca pensé que tendría; y a pesar de que no me arrepentiría, quiero solamente la libertad con la que me sonreíste mientras tomabas mi mano y cerrabas la puerta, quiero la libertad con la que le hablas de mí a la gente entera, como si yo no fuera yo y nuestra vida fuera 'nuestra'. Quiero, sobre todas las cosas, la valentía que encendió mi lealtad en ti, porque yo te soy leal desde que el sol es sol, y desde que el mar es mar; y hasta que dejen de serlo.
Lealtad y libertad, he escrito una y otra vez, porque no tengo nada más qué probar. Te amo como se ama al aire que uno respira, a los ojos con los que uno mira; te amo como se me de la gana, un poco más cada día. Si nuestra libertad se hunde en la brecha de la distancia, la piel y la desesperanza, la lealtad sacará el amor a flote: el mío, el tuyo, o una mezcla de ambos; y aunque no nos amemos, o aunque tú no me ames, seré siempre leal a mi amor sin esperanza, mi amor sin camino, el amor que siempre pierdo por haberlo buscado tando.