jueves, 25 de junio de 2015

You gave me the world

La brillantez me está cegando, no la mía, por supuesto, ni la de los recuerdos, ni la de este universo porque esa luz es color azul marino (qué bello) y es profunda como el tiempo. Tiempo, eso somos todos, pero esta luz viaja más rápido, si es que alguien le lleva la cuenta. Ya no puedo hablar, ni pensar, ni soñar sin que se cuele debajo de mis pestañas y toque con sus heladas yemas la más tersa fibra de mis entrañas, el más profundo de mis temores, manchando así el más pulcro de mis sentimientos, provocando un coma profundo para evitar volverme completamente loca.
Ese maldito brillo, ese sonido metálico y esa sensación acuosa que me deja en la cabeza no son felicidad, y si lo son, es muy mediocre; pero el arrebato de los monstruosos lapsos nadando contracorriente en su búsqueda hace sentir esa luz como un verdadero alivio.  Estoy enloqueciendo, sí, brutalmente, peor que antes. Soy un peligro para mí misma, estoy más recelosa y mucho menos pendiente de mis deseos opacos que de mis caprichos brillantes de cristal pulido y esencia de vainilla; me he convertido en la obra maestra del cinismo.
Los recuerdos hermosos y los tormentosos se mezclan y fusionan para envenenarme la sangre, llenándola de un líquido corrosivo  que se siente como una tonelada de grava sobre el pecho o como aquellos noventa kilos sobre mi espalda. No me sirve de nada sentir, así que no lo hago; no me sirve de nada intentar soñar, ese aparato se rompió de una sola vez, así que la noche lo convierte todo en una experiencia giratoria y nauseabunda que me deja, quizá, más confundida que antes.
Me he cansado de repetir que espero con toda mi alma que alguien jale el gatillo y finalice todo, con una gran ironía, que esa misma explosión violenta que arruinó mi vida ceda el paso, por fin, a la locura y a la estamina; a todo el rencor y el dolor que he guardado dentro de mi pecho, que se desborde por mis heridas como el océano deshabitado que es.


Yo sé que tú sabes bien de la sangre y el honor, el vacío y el desconsuelo, pero no sé que dirías al verme aquí batallando (y perdiendo) contra el futuro, la expiación y la independencia; definitivamente nunca lo sabré, lo único que tengo en mente es que nada es lo mismo sin ti. No quiero sentarme a agradecerte por todo esto, como hacen todos, porque sería injusto: tú me diste el mundo, recolectaste todo esto para mí y eso nunca podré pagártelo, ni agradecértelo lo suficiente, maldita sea, aunque me esfuerce todos los malditos días en evitar darme cuenta de que no vas a estar ahí para verlo, para escucharlo, para vivirlo a mi lado. ¿Lo ves? Me lo diste todo, pero no vale nada sin ti a mi lado. Lo daría todo por volverte a ver.