jueves, 23 de enero de 2014

El infierno

Basta de canturreos y peroratas, y estúpidas e inválidas razones para justificarse a uno mismo; basta de discutir lo que soy y lo que no, como si fuera la dueña de mí misma o como si realmente confiara en ello. Llegó el tiempo que todo el mundo me advirtió (de otra forma, con una sonrisa) que iba a llegar, las notas de incomodidad ligada al ser se hacen cada día más ausentes y tal vez la adultez sí sea responsable de algunos cambios en esta persona, pero los mensajes no me llegan completamente y la vida me sigue llenando la cabeza de dudas (lo cual es, en cualquier contexto, algo bueno) y ahora aquí, conservando muchas de las ligaduras que me hacen acarrear el pasado muy de cerca durante más de cuatro años, me preguntó, ¿qué tal si yo he nacido así?
No sólo porque nací 'diferente', con la imaginación desatada e incontenible, con la reflexión guardada para después y la disciplina contundente pero dirigida hacia campos dudosos de la irrelevancia, y eso sí, con el arrepentimiento bien crecido como sombra detrás de cada paso. No, no es sólo eso. Tal vez porque nací mujer como la Luna y como la Tierra (y con su nombre vulgar y religioso, respectivamente), y eso me coloca en otro plano de las cosas, en otro círculo del infierno.
Puede ser que hasta la más inconsciente de las almas hubiera terminado de suicidarse en el momento de toparse con alguna forma de energía femenina, la cual puede ser inconcebiblemente polarizada dependiendo del caso, pero afortunadamente, en ninguno de ellos es una flama mediocre. Y siempre he malgastado ese término como algo que debería ser venerado, y lo es, indudablemente, pero tal vez no sea mi esencia obsesiva compulsiva (aunque haya algo de eso) lo que provoca mi máximo orgullo... tal vez sea sólo que nací como las hijas de Nereo: mitad una cosa, mitad la otra.
Mitad mujer, como cualquiera, con todo lo que esto implica: impenetrable, quizá por eso es que los hombres débiles de mente se aferran a pensar que con llevar una mujer a la cama es suficiente y la conquista está dada, porque literalmente la tiene y ellos sólo pueden ver ese plano. Debajo hay un millón de cosas imposibles de desenmarañar, de morder, de sangrar, de violar... tal vez sea eso lo que convierte a las mujeres en presa, el olor enloquecedor de la duda. Incluso en aquel hombre que se regodeé de penetrarla, existirá una absoluta verdad: nunca llegará tan adentro.
Mitad 'diferente', como cualquier persona que se siente a escribir sus reflexiones como hoy en este día, como cualquiera que haya podido sentir profundamente, tan hondo que puede llorar y soñar con una magia soberana, un hombre de hermosa sonrisa, un corazón delator y la prostituta de Magdala... o todos los eufemismos que pueda encontrar de 'artista'...
Casi toda la gente normal dice que 'diferente' es mejor, que les encantaría vivir o convivir con alguien con una esencia de ésta índole, que son personas extraordinarias, dignas de reconocerse, pero la verdad es que no lo son y aquellas personas que lo dicen, cuando se topan con la materia, no lo piensan. Ni por un segundo.
'Diferente' normalmente siginifa un idiota, con poca o nula capacidad de establecerse en el mundo real y apegarse a sus condiciones, con toda clase de fallas en el aspecto personal y un desfogue de sentimientos indicados hacia una cantidad de cosas que, en general, no se consideran de tan vital importancia, pero para un artista, es decir, una persona 'diferente', la vida misma no es suficiente, ni el universo tampoco. Un ser 'diferente' siempre quiere más, necesita más, necesita un trago de su propio veneno, porque todos ellos viven en el mismo mundo y hablan el mismo idioma; vibran con las mismas notas, lloran con la misma escena, sueñan con las mismas palabras.
Un ser 'diferente' y un ser femenino nunca van a ser comprendidos totalmente, nunca van a ser complacidos ni van a ser capaces de complacer, nunca van a ver la luz de la sobriedad ni el gris de la vida normal, pero, sobre todas las cosas, nunca van a poder dejar de sentir... sentir todas y cada una de las cosas que componen este mundo, sentir que viven en el infierno; sentir que, a pesar de todo, la pasión es un arma de dos filos.



domingo, 12 de enero de 2014

Silence.

La luna y las estrellas poco a poco nos fueron cambiando la cara, el sonido no fue el mismo debajo del agua después de ese día; el brillo, en vez de iluminar, asustaba; pero ya mucho hemos hablado sobre aquella noche.
Hemos vivido insistiendo en que la suerte (mala, en este caso) es la culpable de todo, de los malos momentos y de los buenos que son acosados por los infernales, de nuestras malas decisiones, e incluso de nuestras pesadillas. Como si tú, yo y los veinte años que llevamos a cuestas no sirvieran para nada; como si no tuviéramos esencia. No es como si algo de todo esto estuviera comprobado, no es como si, en serio, esa luna nos hubiera lanzado una maldición, ¿qué es entonces? Se trata del momento en que nuestra alma se calló.
El alma no es como la lengua, los labios, el aliento y los dientes, el alma es como ondas, como luz; cuando quiere, no emite nada, y la nada, te lo puedo asegurar, no le vendría nada mal a tu aparato fonador. Pero así es, la nada es lo peor que le puede pasar al alma, ya no es el problema que brille, que vibre y que llene todo el lugar, lo cual solía horadar y desgarrar nuestra alma joven, tersa y estriada; ahora, el problema es el silencio. Cada día es más difícil hilar palabra con palabra, deslindarse de la electricidad y de la energía, cargarse del deseo y la pasión de la oscuridad  y soñar de nuevo con aquel lugar de sirenas hermosas (no monstruos con forúnculos), con magia de raíces latinas (no magia negra), y una noche oscura bajo árboles de cristal (no debajo de limadura de plata), sin embargo, el cerebro se resiste y desafía toda física conocida.
Aunque mi alma esté callada, quieta, más que muerta, mi cabeza sigue siendo la parte con la cual se desahoga mi corazón, cuando me tiemblan las manos y se me cierran los ojos, ahí está todo de nuevo; dentro de mi mente, el lugar sigue siendo precioso, tal vez esté abandonado y los nombres ya no se escuchen revueltos entre susurros saliendo de aquella máquina, pero mi vida sigue amainando ahí, y eso nunca se va a extinguir. Hay luces que ni con la más despiadada de las interferencias se apagan.
En el fondo, uno no deja de ser quién es, aunque pasen veinte años, aunque se le deshilachen las esquinas o se le reviente el corazón, cuando éste fue creado con tinta y mientras siga latiendo fuerte (y sobre todo cuando lo haga despacio), va a seguir bombeando historias del amor y la catástrofe, de la traición, la muerte y las imágenes que nadie sería capaz de ver de no ser por él. Yo podría jurar que no existe una sensación superior a esa, un don detrás de una herida, una pasión secundada por la soledad o una creación simultánea (y parecida) a la de una tortura. Incomparable, éxtasis y revolución. Indescriptible. Impresionante.
El amor, literalmente, palabra por palabra.