lunes, 23 de enero de 2017

The persuit of happiness 2.0

Guardé la felicidad dentro de una caja metálica y la enterré donde nunca sería vista ni tocada, disfracé mi corazón de buenas nuevas, lo teñí de oro, lo pinté con metal-mate y lo hice bailar en patines. ¿Para qué? Para evitar el momento en el que me enfrente a la hoja en blanco, este momento frente a la trampa de celulosa en la que caeré y de la que no saldré viva. Sin embargo, óiganlo bien, ténganlo claro: tengo un plan. 
No necesito del príncipe de las tinieblas, ni del príncipe de los mil enemigos para salvarme, no quiero confusiones que se empapen de odio a cada vuelta del reloj, que cambien de forma cada veinticuatro horas, porque esa ya no es mi vida y porque estoy segura de que lo que añoran esos lánguidos ojos ya no vive dentro de mí. Y, que quede claro, no por eso he de necesitar a quien no me necesita, a quien me toma de la mano mientras me grita que me vaya. 
¿Cuál es el valor verdadero del amor?, ¿qué es lo que oculta un 'te amo'? Hay quien me lo dice tan fácil como me lo ha dicho siempre, desde hace seis años: con naturalidad tirana, cubierto de polvo y ceniza de todos nuestros incendios, pero no por eso mucho más verdadero. Me lo dice hastiado de dudas, ahogado en celos, y aunque parece que ya no me conoce, lo sigue diciendo y me gustaría decir que lo creo pero no sería verdad. 
Hay, también, quien me lo dice como si no estuviera diciendo nada, a veces suena como un compromiso que no necesita ser pensado para pasar por su garganta, como cualquier saludo o despedida que solamente indica eso, su entrada o salida. Otras veces lo dice salpicado de oro y escarcha, lo dice con el universo gravitando alrededor de esas dos palabras, pero yo, como consecuencia de todos y cada uno de los actos que lo contradicen, también sé que aquello no puede ser real. 
No soy este ser, lo sé. No soy quién para juzgar diálogos ajenos, si yo también lo digo tomando todas las precauciones debidas y muchas más, aunque aquellas palabras me revuelvan los sesos y me hagan temblar las manos. No es tan fácil como eso, no es tan fácil como nada. 
He decidido, entonces, que lo mejor es alejarse de las tentaciones vacías y los castillos de aire así como de los malos momentos, pues aunque la agonía es mi arma más poderosa, no es necesaria como pago u ofrenda para conseguir un vistazo más claro de la felicidad... Al final de cuentas, esa felicidad aguarda pacientemente en una caja metálica, donde nadie me la puede arrebatar. 
Me voy a hundir más y así me voy a salvar.