viernes, 7 de noviembre de 2014

Unbearable



Un día pensé saber justamente cuál era el momento más triste de mi vida, y estaba equivocada. Cualquiera que no hubiese mirado con cuidado podría afirmar que fue cuando me arrancaron de las manos a mi compañera de vida, cuando el destino me arrebató a mi gran amor y fui testigo de cómo la consumía; todo esto quizá debido a que lloré y berreé como una niña o, quizá, porque nadie podía recordar ya el momento en el que, quien se aplastó contra el suelo y se consumió casi hasta los huesos, fui yo. 

Era de esperarse, por supuesto, porque yo no lloraba, ni mostraba más de dos grados por encima de mi habitual amargura y desesperación; la destrucción, a veces, es tan profunda que no llega a desbordarse. Y es aquí donde admito que hace menos de un mes pensaba que el día más triste de mi vida fue la primera vez que te fuiste. 

No pensaba siquiera en lo afortunada que aún era, sólo pensaba en que verte sería complicado e incómodo, que hablarte me costaría mucho y que las trabas y los disgustos harían de todo aquello, la realidad más complicada que me había tocado vivir. Tú, como siempre, haciéndome ver lo ingenua que puedo ser. Si tan sólo faltaba llamarte para que estuvieras ahí, sólo faltaba tiempo y comunicación, y extrañarte, extrañarte tanto que nunca jamás pudiese olvidar cuánto te amo y ahí, cuando todo se recuperó, volviste. 

Perdóname por la renuencia, perdóname si pensé que todo sería un error y eso me hiciera hablarte de forma tan egoísta; ahora tú, más que nadie, sabes que yo no soy nada más que una víctima de mi propio terror. 

Ojalá hubiese podido exprimir hasta la última gota de todo lo que vivimos, todo lo que yo quisiera es poder regresar el tiempo para quedarme contigo esa mañana y defenderte de todo, protegerte con mi vida, como tú siempre hiciste conmigo. Yo quisiera haber podido darte todo lo que planeaba dar, hubiese amado tener el valor suficiente y, aquel 26 de mayo, haber hecho las cosas diferente. 

Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, por favor, devuélveme a mi padre. 

No hay un solo segundo que pase en que no piense que mi pecado imperdonable te llevó a ti en el camino de mi juicio, que, como dicen por ahí, llamé a la Desgracia por su nombre; yo le pinté el camino a la muerte.
En este lugar no hay nada más que ira y melancolía, los saltos entre una y otra se dan sólo parpadeando, y suelen mezclarse y volvernos solamente sombras dudosas de lo que éramos, porque aunque fuimos, durante algún tiempo, la familia que dejaste rota, aún nos arrullabas con tus canciones y tus comentarios ácidos. Tú sí fuiste valiente, tú sí lo enfrentaste y reparaste; nos hiciste tan felices que después, el universo nos vino a cobrar los intereses. 

Yo creía conocer la tristeza y el dolor, y el peor día de mi vida, pero yo no sé absolutamente nada. Entra entonces el pánico y su efecto de estupor acogedor: que tal vez todo esto sea una alucinación inútil que se ha prolongado demasiado, porque en mis sueños te veo tan claro como en mi rostro, en mis sueños te escucho fuerte y alegre, como en mi voz; ojalá un día despierte y me encuentre contigo apresurándome para irnos, como siempre. 

Te confieso que he perdido el camino, y la fuerza para caminarlo; que el dolor es tan insoportable que no me dejo sentirlo porque perdería la razón de un solo golpe. Hay que dosificarlo, hay que concentrarse en despertar todos los días y no salir corriendo a buscarte en todas partes, porque estamos todas rodeadas de ti, parece que todo está firmado con tu nombre. 

Alguien destruyó el universo que tengo por dentro, no más creatura marina, no más luz de luna mortal, ya no me queda nada. Todos dicen que es cuestión de tiempo, pero el tiempo no va a llenar todos los espacios vacíos en las oraciones, en las fotografías, y en las almas de las tres mujeres que has dejado aquí. El tiempo no va a hacer nada conmigo, nací sin saber permitirlo. ¿Tú crees que yo me voy a olvidar de ti? He atesorado cualquier cantidad de callejones sin salida emocionales a los que he regalado inútilmente una parte de mi vida, y yo a ti te debo la mitad de lo que soy. Ni la soledad, ni el dolor, ni la miseria absoluta te han de apartar de mí, simplemente sería inadmisible… ni creas que me olvido de ti. 

Ya no sé si pueda volver a construir las enfermedades léxicas psicotrópicas de antes, ni creo poder sentirme de nuevo como si hubiese alguien siempre dispuesto a sacarme de mi ensimismamiento, que siempre estuviese de mi lado, porque sé que ése siempre has sido tú y sólo tú. La realidad es que, una vez más, todo lo que podría haber salido infinitesimalmente mal, ha resultado un millón y medio de veces peor. 

No lo acepto, aunque tenga sentido, pues no se puede uno abrir y dejar rasgar, desgarrar y medio matar sin recibir un castigo; no se puede conjurar y maldecir, y luego, seguir estando bendito; al menos yo nunca he podido. Mira, tan sólo mira, ya no tengo idea de lo que estoy haciendo, sólo sé que lo hago para no pensar en que todo está perdido y que ya no me importa una mierda arreglarlo. Esto no es vida, esto no es el mundo, pues, ¿cómo puede ser éste mi mundo, si me faltas tú?