miércoles, 11 de mayo de 2016

Fe de erratas



¿Cómo se supone que debo hacer esto? Una llamarada cerró mis ojos y me tendí en el suelo esperando la muerte, no había manera de defenderme y, aunque la hubiera, sabía que me lo merecía. Merezco todos los insultos, los malos ratos, las maldiciones… he hecho tanto daño que no me alcanzaría la vida para redimirme. Sin embargo, sé que tampoco me corresponde disculparme.
Claro, hubiera deseado que nada pasara, que una vez que el pecado hubiera sido cometido, aquel nombre se hubiese olvidado de mi nombre y que mi corazón se hubiese olvidado del suyo, pero las cosas que deseo se vuelven deliberadamente en mi contra. No hay manera de escapar del nombre, ni del rostro, ni de los ojos, ni de la voz… por última vez y para siempre, es como tratar de huir del sol. Es cuestión de relajarse, de cerrar los ojos y sentir la brisa, aunque las circunstancias nos apremien y lo mejor que podamos hacer al respecto sea reírnos tanto que parecemos idiotas; quisiera que no tuviéramos que esperar a que las cosas malas sucedieran para hablarnos en serio, para decir lo que flota en el aire cada vez que tus ojos ven los míos. Aunque sea a medias, aunque no tengas idea, y aunque la tengas pero no quieras oírla.
Yo sé lo que ocultan tus labios, lo que piensas cuando sonríes y también lo que haces cuando no  apareces por ninguna parte; después me arrepiento, pienso que no debería conocerte así, que nunca debí escucharte y que jamás debí dejar que me escucharas. Por supuesto, eso no es más que otro tachón en esta evanescente (y efervescente) historia, porque a veces pienso que todas las estupideces que he dicho y cometido contigo han valido todo lo malo que pueda sucederme por ellas. La verdad ni siquiera debería estar hablando de eso, porque sé bien que atenta fatalmente contra todo lo que yo creía de mí misma, contra mi equilibrio, mi decencia, mi vida… pero yo no sabía que estas cosas podían pasarme, que después de haber cargado el peso del amor verdadero en mis espaldas  por más de cinco años, después de haber luchado y entregado todo lo que tenía, yo estaba convencida de que jamás volvería a tener nada que dar y mucho menos nadie a quién dárselo. Pero por supuesto, yo no sé nada, yo soy una completa idiota.
Todo esto es una gran tontería, estoy segura, porque nadie se hubiera imaginado que esto sucedería, que llegarías justamente tú embriagado de sonrisas flojas y estridentes, cubierto de tu indescifrable humildad, adornado con tu avasalladora inteligencia; nadie lo hubiera pensado, nadie lo hubiera creído, que esos mismos labios que me forzaron a destruir la vida que conocía estén ahora diciendo… lo que dicen. Tus dos yo como el vino envenenado y mi nuevo yo bebiéndolo sin chistar, estúpidamente, insistentemente hechizada y profundamente perdida. Tal vez lo haga justamente porque desde el instante en que te vi supe que estabas  fuera de mi alcance, que no me permitiría hablarte siquiera porque el temor se me escurría por los poros, y fuiste tú quien llamó mi nombre, fuiste tú quien buscó hasta encontrarme los ojos… ¿Quién soy yo contra ti?, ¿cómo pude declararte la guerra sabiendo que desde el primer momento me rendí?