domingo, 16 de septiembre de 2018

Kingdom come

Si desvíe la mirada de cuánto me dueles es porque en ciertos momentos creo que puedo drenar la sangre envenenada de mi corazón caliente, y si alguna vez te has ido de mi mente fue por la indulgencia de los sentidos o de mi diablo guardián: por un momento pude recogerme entre mis brazos y creerme que podía seguir adelante sin ti.
Pagué el precio más alto por serme fiel, y en el intento de curarme te desencanté a ti también. Probé tantas veces tus labios, toqué tantas veces tu piel que ya no reconozco otros sabores ni puedo caminar  junto a otros pies. No puedo, aunque lo intento, sacudirme tus caricias y aferrarme a otras espaldas sin al instante sentir que me haces toda la falta que alguien le puede hacer a otro para vivir. Ni escucharte ahora en mi mente diciéndome que, eventualmente, lo voy a dejar de sentir.
Y si quisiera despertar y olvidarte para siempre, cavilaría con ignorancia en el error que cometí para nunca, jamás, ser capaz de sentir esa felicidad que sólo tú sabes poner en mí. Existes y lo sentiría, te reconocería aunque jamás hubiera escuchado de ti.
Dime cómo pude ver a través de tus mentiras, de tu ego, de tus fracasos, de tus fantasías, para amarte sin decoro, sin reproche, sin un ápice en el rostro del dolor que me apuñalaba el corazón. Siempre leal, clara y aterradoramente feliz, ¿cómo pude tragarme las palabras sin envenenarme? Tú lo sabes, no es así, por eso al fin estoy aquí.
Tú y yo nos confiamos todo, nos fuimos a todos lados, vimos, sentimos, bebimos y comimos, reímos y lloramos todo lo que el descaro y el alma nos permitió; son tuyas todas mis noches desde que te guardé un secreto y a cambio me hiciste la persona más feliz: un año, y un mes con diez noches más.
Ahora me toca verte desde aquí, con todas las puertas cerradas, enclaustrada en tu olvido, en lo que ni siquiera vale la pena para ti admitir que sucedió.
Nos seguiremos negando porque mi amor se basó todo en lealtad, nos seguiremos negando hasta que los egos no pesen, hasta que muera el medioamor, hasta que todos nos dejen y no quede un alma en la tierra a la que le interese saber que fui toda tuya un día y lo sigo siendo hasta hoy, que lo perdí todo esa noche en que me dijiste adiós... que te amo como nunca amé a nadie, que te llevé a donde nadie me llevó y que no volveré de allí jamás más que en pedazos, porque esa era yo y ése eras tú, porque todo fue verdad y si lo admites tú, también lo admito yo.

Backfire

Cerré mis ojos con fuerza para olvidar, para moler con los párpados las lágrimas. A veces escapo definitivamente de la consciencia y la pericia porque te amo como nunca pensé que podría: con negación y abnegación, comiéndome las uñas por la lejanía y el vacío, sacudiéndome las manos de polvo y sangre. ¿Dónde estás?, ¿puedes escucharme? 
Mi mente te llama a lo lejos mientras observo cómo se me pudre la carne de los dedos cansados de escribirte, pero es que... qué hipócritas sonamos los dos cuando nos hablamos de frente, y extrañamente, por fin confío en tu palabra y sé que te tengo que creer. No estás aquí, no vas a volver. Necesito clavármelo en la mente y, quizás, en la cabeza, verlo sangrar y verme aquí, llamándote con el corazón una vez más pero con la certeza de que no vas a responderme. 
Sabía que había sido un golpe de suerte encontrarme contigo, y como tal, no podría durarme para siempre y, sin embargo, lo empeoré. 
No quise ser ese error que te gritaba que lo miraras a los ojos cuando le hablaras, no quise ser ese arrepentimiento punzante que te tomaba de la cara para obligarte a recibir un beso del que no querías saber más; no quiero ser este fantasma que te persigue. 
Me volví fuego contigo y luego me dijiste adiós y me volviste ceniza. 
Y yo, a diferencia de ti, no puedo renacer de ahí.