lunes, 27 de febrero de 2017

Multi block

Escucho las ruedas y el acero deslizándose por rampas de concreto o duelas enmedio de manicomios abandonados, de un lado a otro, un pie y otro, como segmentos musicales de una obra cuyo guión he olvidado para siempre. Lo escucho y me siento feliz porque estoy aterrada la mitad del tiempo y agotada la otra mitad, lo hago porque ese sonido predomina sobre el ruido del mundo.
Los golpes son lo de menos, las marcas son lo demás, porque en mi vida la sangre (dentro y fuera de la piel) es el eje central de todo; no es sólo lo que circula, se estanca y se derrama, sino lo que late, acalora y colorea todo lo que yo conozco, como una luz, como la prueba máxima de que hay vida dentro de mi vida, arrastrada afuera o arrinconada dentro, no lo sé, sólo lo siento. 
Me tiemblan las piernas y pienso que de más altas cimas he caído, mucho más allá de mi metro con sesenta y hacia abismos más profundos que una cancha que se adorna con cintas para pretender ser otra. Igual que nosotras, con nuestros nombres falsos y los cabellos trenzados, armadas hasta los dientes de una fuerza que de otro modo no sería bien vista, pues cuando una mujer es fuerte se le acusa de abusiva, de traidora; manipuladora, bruja. 
Así pareciera, como un cuento de hadas en donde todas son brujas arrastrando cadenas invisibles, apegándose una a la otra, fundiéndose en un círculo de protección, una ceremonia en donde sólo hacen falta los cánticos pues el pentagrama es humano y la lucha es verdadera, como cuando te enfrentas a una de tus más afamadas deficiencias, la miras a los ojos, sientes el calor de sus besos dejándote marcas en la cara y moretones en las piernas... y a pesar de ello (o quizá por ello), te enamoras. 
Este amor no me corresponde, igual que todos los que he tenido, pero este juego de brujas tiene sentido para mí, me hace sentir parte (diminuta y débil parte) de algo más, en medio de todo el desastre y de tantísima liviandad que reina en el mundo fuera del pequeño círculo en donde te paras y eres alguien de verdad. Que se destrocen las armas, que se me rompan los huesos, tal vez en ese choque se esconda la libertad. 
Si no puedo huir de los malos sueños, ni de la decadencia, el estupor o la indiferencia que se devoran poco a poco lo soy y en lo que creo, puedo al menos aprender a resistirlos, fintarlos y bloquearlos. No puedo dejar de ser yo, por supuesto, ni de creer que nadie cree, pero quizás haya algo más en mí que eso... no solamente un secreto y medio, o dos; no solamente un puñado de letras, filos de oro y un trece de octubre clavado en el corazón... Y habrá que buscar muy en el fondo para saberlo. 
La verdad de las cosas es que las brujas hacen magia y para quemarlas, primero se les tiene que atrapar. Y a estas brujas nada parece detenerlas.