sábado, 12 de diciembre de 2015

Gone in the brain



Todo comenzó con un golpe en el rostro, un martillazo de tal fuerza que reconstruyó su nublada tez, convirtiéndola en un esbozo de su antes pronunciada inestabilidad genética, llena de respaldos de la información virulenta; quedó convertida en un ser capaz de manejarse con la cara en alto, o al menos con un poco menos de renuencia a hacerlo. A ese literal golpe de suerte le siguió otro, uno más profundo y mucho menos conciso: su sangre se agitó en un maremoto, sus manos temblaban y la consciencia sacudió sus antiguos y fantásticos terrores. Su cabello se hace grande al contacto con las malas vibras, se desliza suavemente sobre los hombros gigantescos y se retuerce ante la magia negra, incapaz de ser domado por los demonios, solamente susceptible al agua fresca, delatando su alma una vez más.
Ahí está, como resultado de un frenético acto que desató una cadena de malestares que logró finalmente sacudirse, enfermándose de locura, ambición y renovada fuerza. No fue valentía, por supuesto, ni estrategia y mucho menos madurez, fue total y completa devoción; fue un momento de magia y otros dos de desgarramiento. No fue fácil, por supuesto, solamente fue constante, fue enérgico y fue milagrosamente verdadero. Es difícil encontrar un momento de sinceridad cuando se trata de un alma como esta, tan llena de profundos rencores y aún más profundos arrepentimientos, desbocada por el miedo y drogada en irrealidad, y aunque sobrevive, por supuesto, tal vez necesite darse más crédito por ello.
No es necesario remitirse de nuevo a las pruebas, a los detestables recuerdos, ni a los buenos momentos; ni al acosador insomnio una y mil noches más. No esta vez. Quizá sea suficiente con admitir que ya no se trata del juego aparentemente infinito de las identidades parciales o de los sueños agujereados, o tal vez llegó momento de dar un paso firme (con uno solo basta) y secarse las lágrimas que se ciernen sobre el cielo estrellado desde los ojos diminutos, sobre las mejillas extensas y hasta la barbilla afilada. Lágrimas que callan nombres y direcciones; sangre de su sangre y amor de sus amores.
Es algo más que hueso, carne y sangre, sin embargo. Es algo más que letras inconclusas y familias incompletas, algo más que amores no correspondidos y sesenta kilogramos de desgracias mal sazonadas: es más de lo que puede verse, aunque apenas se defienda de los comentarios crueles y las miradas vacías, aunque no pueda pronunciar palabra sin desmoronarse o disfrazarse de sonrisa eterna y perfidia socarrona, sin poder dejar de ser niña caprichosa, ilusionada y amorosa, como la más inocente aunque haya presenciado la muerte, y vivido plenamente la soledad y la deshonra. Como cuando le había dicho a quien más daño le hacía que lo volvería a intentar, pasara lo que pasara. No fue sólo en un sentido, vale la pena mencionar; cambió de fe, de rumbo, de piel y de corazón. Cambió como cambia el mundo cuando algo le está matando, cambió para renunciar a los monstruos a los que se había acostumbrado y honrar a su guardián familiar… honrar a su propia esencia.
No es tan complicado como una balada triste, en medio de una noche oscura solamente iluminada por una lámpara que emite brillo de luna, porque ese instante es solamente suyo, como el amor que todavía siente y que, si de trata de ser precisos, solamente ha visto como es en realidad. Crudo y honesto, como siempre debía haber sido. No es tan complicado como los misterios de la mala suerte, ni de la mala magia, ni del mal dormir; solamente se trata de aceptarlo como parte del panorama, como la necedad de esos cabellos y las limitaciones de esos diminutos ojos. Solamente se trata de vivirlo un poco más.
Se echó sus creencias al hombro con todo lo que contenían: textos viejos y objetos punzocortantes incluidos, simplemente se fue y no miró atrás. Se fue y quizá no regrese más.