sábado, 11 de mayo de 2019

Solferino

Al amanecer redondo, supe que el ciclo estaba cerrado, que se había ido sin avisarme al reino junto al mar al que yo había querido irme a vivir para siempre y que se me había negado, igual que él y las posibilidades de, también, vivir a su lado siempre. Decidí que tal vez el 'siempre' no existe para mí, miré hacia la tierra que pisaba y luego al espejo que de la pared colgaba, vi a esa mujer desvaída y rota y supe que me necesitaba más humilde y más inteligente para poder renacer.

No importa ya si la posibilidad o la oportunidad se habían secado desde la raíz, la verdad es que la ilusión de la compañía ha resultado en desgracia todas las veces, y cuando vi mi ciclo cerrado ser tan feliz en otros lugares y con otras ilusiones, lo mío murió por fin después de haber estado un mes gravente herido y enfermo.

He llorado ya demasiado, como si cada día a su lado se me saliera por los ojos, él y todo el dolor del que me había salvado, las balas que había estado esquivando, todo me llegó de pronto, me explotó todo en la cara, igual que el dolor de los otros: el de las dos mujeres que hice padecer, una por mis decisiones y otra por mis malos pensamientos; el del hombre que resultó víctima de la soledad y el que fue víctima de él mismo y su nostalgia; el dolor de los amigos hartos y la familia amenazada, que miran con tristeza la enfermedad que acecha en mi cabeza y que, ahora, sólo se adormece cada día.

Todos sabemos pero nadie quiere decirlo, que el final es inevitable pero hemos decidido postergarlo, ojalá por algo bueno o algo mínimamente mejor, pero al final hay gente que tiene la mala suerte perenne y también la soledad, que la noche nos resguarde, que la vida nos alcance, que la muerte cumpla lo que cada noche nos promete.




viernes, 3 de mayo de 2019

Anhedonia

Opciones, todos somos opciones. Uno lucha y tiene fe, se mantiene creyente de que no sólo está tomando las mejores sino que es una de ellas para algo o para alguien, uno se contenta con pensar que es suficiente, que está bien o que algo bueno tiene y de pronto, pierde la vista sobre algo muy importante: siempre hay otras opciones y casi siempre, una mejor.
Es difícil levantar el rostro después de haber sido la opción equivocada, después de haber pensado que sí y haber terminado revolcado en el no; es una audacia pensar que se expuso tanto y que falló, que al final no era tan bueno, que al final no le alcanzó.
Esta es la historia de mí como la opción incorrecta, no en una ocasión ni en dos; de mí como la persona que siempre pensó darlo todo y darlo bien, sin ningún miedo, ningún mal pensamiento, ninguna mala intención, y que haya sido, sin embargo, la persona que nunca ganó. No sé si haya sido solamente la mala suerte o la mala fama que me persigue hasta en los rincones donde he dado más y donde he sido más valiente, no sé si fallo yo al escoger siempre a la gente que parece que me ve y me quiere, para luego esconderme y dejarme, pero no es esta una justificación para mí sino para ellos, precisamente. Justificación no, quizá reivindicación.
He visto sus otras opciones y yo también las tomaría.
Y me miro aquí y pienso en cómo me defendería si ya no les puedo hablar y mucho menos mirarlos a la cara, ni los puedo acusar de injusticias porque todos los daños tienen vigencia, solamente callaría y aprendería de las opciones que son mejores y de las personas que eligen bien, yo no sé hacer mucho de la manera correcta, ni tampoco sé crear ilusiones en la mente de los demás, yo llego como soy y me voy así, con las maletas sin abrir porque ya no engañan a nadie mis espejos de oro ni mis palabras bien escogidas, a nadie engaña mi rostro que no pasa de lo normal, a nadie engaña mi corazón que ya está muy roto y quizá no quiera ni pueda intentarlo una vez más.
La equivocación, el error se puede corregir, y tal vez provoque menos daño que la desilusión pero, ¿qué no podemos ver que estamos perpetuando el dolor? Así se van mis opciones, dejándome abandonada, sin nada de lo que les di más que aire envenenado y discursos mal elaborados que ya nadie quiere escuchar, y me quedo secándome el rostro y bebiéndome cada mililitro disponible de resignación para no estar ahí temblando y lamiéndome el corazón.
Pasa una hora, pasan dos, luego dos semanas y después un mes con nueve días. ¿Cuánto se tarda uno en enmendar un error?, ¿cuándo llega el momento de la redención? Tal vez mi única oportunidad se llevó la luz dentro de mí, se llevó lo poco que quedaba y esta vez, sea definitivo para mí. Se fue con mis sonrisas limpias de analgésicos, se llevó las últimas noches de dormir sin ayuda médica o espiritual, se llevó todo el amor que pude sentir y que, de alguna manera, sé que ya no existe para mí.
Es un adiós en medianías bajo una noche oscura, es el trago más amargo que me ha tocado beber, pero si así ha acertado y esa opción es la correcta, esta vez es verdad: no queda nada qué decir.