lunes, 5 de septiembre de 2016

Los fuegos se suceden unos a otros

Mi corazón doliente, mi costa dorada, mi flor del mal: he venido a decirte que dolor con dolor se paga.
Seis años son ya desde la última vez que horneé un pastel de cumpleaños, desde la última vez que tú y yo fuimos felices sin que utilizaras contra mí ese poder que tienes para arruinarlo todo. Pero no es el momento, es más, no vale la pena hacer ninguna pausa para mencionar lo mucho que insistías en hacer difícil mi vida, ni en romperme la cara cada vez que yo rompía tu corazón. Ya no me importa, aprendí lo poco que me enseñaste y lo demás, por idiota, lo repetí.
Hoy he decidido perdonarme, hoy he decidido que lo tuyo ya no es mío, que tu amor yo lo amé todo lo que me fue posible, pero en mis venas corre petróleo y veneno desvergonzado; en mi alma solamente manda la brujería y la deslealtad; lo acepto, y te hice daño y te humillé, te arrastré hasta el matadero y lo que yo quisiera es tenerte una vez más frente a mí para decirte que lo pagué.
Lo pagué, lo pagué.
Te suelto y te redimo, porque es lo que me pediste, te amo como se ama al primer amor, al primer hombre que me amó con todas las fuerzas de su alma, y al primero al que mi amor convirtió en todo lo que más odié.
Me dejaste maldita, ¿sabes? Me dejaste pensando que me harías un bien, pero ahora sé que te encuentro (porque tal vez te busco) en todos los hombres que he querido, encuentro tu aguda indiferencia, tu cariño frágil y tu boca elegante, que profesaba total abnegación y devoción a mi persona un instante y al siguiente, se perseguía incansable con los labios de todas las demás. 
O tal vez sea que todos los que valen la pena ser amados son iguales a ti, quizá todos necesitan reforzar su esencia perdiéndose en faldas cortas y cabezas inestables, que todo aquel capaz de quererme también tiene que querer que lo deteste, que lo corte en mil pedazos o, al menos, correr ese riesgo diario de perderme. Jugar con fuego para que nunca se apague.
Al menos a ti te conozco más de lo que jamás conocí a nadie, al menos sé qué tanto eres capaz de herirme y que te aseguraste de marcarme para siempre solamente para que nadie más me tocara con esa misma seguridad, para que nadie rompiera lo que era tuyo por antigüedad.
Qué imbécil suena todo esto, qué falso, pero no. Creo que me he mentido tanto que he llegado a pensar que no te quise, que no fuiste más que un buen amigo más, pero yo sé, y el universo y el mar lo saben también, que mucho de mí lleva mucho de ti.
Eres tú quien me conoce más que nadie, y te llevaste el secreto a la tumba, y en ese proceso tormentoso de estirar y aflojar nuestro pacto inviolable, quizás, hiciste que, desde que te fuiste, intentara todos los días amar igual que tú; entregarme con pasión y con violencia a cada paso que daba, que nunca dejara de tratar, a pesar de lo que todo el mundo dijera, a pesar de todas las pruebas que el mundo tenía contra ese amor, yo siempre lo defendí. Hasta el final, y hasta la fecha, tal como tú me amaste y defendiste siempre, aunque te confundieras con la noche y te dejaras llevar por amores más bellos pero de menor calidad (así como estúpidamente he estado haciendo yo); ahí estabas siempre tú, para llover sobre mí y hacerme pagar tu tormento, mientras suavemente consolabas mis penas que, muchas veces, eran también por ti.
¿Lo ves? Aquí estoy, repitiéndote, sufriéndote, aceptándote como la pieza inamovible que eres de mi destino. Lo estoy haciendo todo mal, como lo hiciste tú, pero alégrate que él, a quien más temiste y por quien supiste que era tiempo de rendirte, es quien me lo está haciendo pagar. Él y tú, por supuesto, porque me quema tu nombre como un tizón encendido, como ese beso de fuego que no me dejó dormir tres noches y del cual aún conservo la cicatriz.
Tal vez eso deba hacer, tal vez lo que hiciste tú, ojos verdes como el mar, ojos verdes como mi delirio, tan sólo quería que supieras que te libero de mí, de una vez por todas -hoy que cumplirías veinticuatro años- y que me arrepiento por haberte pedido que dejaras de amarme, que tú no sabías amar, cuando me lo entregaste todo, todo y mucho más. Más de lo que yo sufrí, más de lo que yo alguna vez podré... y te confieso que sí, que yo también lo sentí, que yo pensaba en ti como tú pensabas en mí y también, por supuesto, no dejaba de soñarte. Es muy tarde, seis años tarde, pero sólo hasta ahora lo sé. Y sé muy bien que tú lo sabes.

Gracias por darme el único amor que conociste, gracias también, por nunca volver.
In memoriam, I. A. N. M. (04/09/92 - 19/11/10) 


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