viernes, 28 de diciembre de 2012

La insoportable levedad del ser.

La sensación del viento manoseando mi piel, el destello erizado de su respuesta y el abandono que siento en el corazón me restriegan en la cara lo poco que he logrado este año. Ya no siento lo que perseguía y dejé de perseguirlo desde hace mucho, me cuesta también reconocer lo que soy y que muchas cosas han cambiado desde que era niña hasta hoy. También me pesa que me duela tanto.
Hoy las lunas de octubre se mudaron a diciembre dándome una pista de qué fue lo que sucedió, quizá simplemente no fue un tiempo que estuviera particularmente marcado para mí, tampoco he de decir que fue un año gris porque no es cierto, tan sólo se necesita entrecerrar los ojos para ver este corazón hecho pedazos y esta memoria atiborrada de lunas sangrantes de miel, añoradas una vez más.
No puedo seguir así, ya no puedo seguir condenando mis ansias de obligar este mundo espinoso por trascender, simplemente, a que muera de sed haciendo zurcos en mi rostro y marcas en mi piel, que mis labios nunca dejen de saber a sangre y que mis rodillas nunca pierdan su violáceo color. Mis ojos se quedaron sin ser ojos, mi vida se suicidó y ya no pude soportar quien soy. Eso fue lo que pasó.
Ojalá mi poder de auto-sanación fuera tan rico como es el de mi arrepentimiento, que sintiera tanta hambre por el futuro como la siento por el pasado y que este corazón vacío con las paredes entintadas dejara de palpitar cenizas y recuperara el volcán que pudo ser antes de ser nada. Ojalá dejara de sentir la autocompasión que me mata y atentara violentamente contra la muralla que construí a mi alrededor, para que no fuera sincera y que no me pasara nada, que yo y este cuarto sabemos que no soy una buena persona, ni una heroína ni una tonta, que cuando me enfado desencadeno lo que verdaderamente soy.
Y lo que sé que puedo llegar a ser. 
Es mucho peor y más difícil vivir intentando encajar sabiendo que de eso nada tienes y que al final, todas tus decisiones terminen siendo nada más que burla y juicio para los demás, ¿qué saben ellos de esta lucha diaria, de estos malos sueños y de todas estas lágrimas? Sé perfectamente que nadie me va a defender y si a caso solamente se reirán de mí cuando caiga. Lo que he aprendido es que puedo cambiar, puedo dejar de pretender y que perderse es más divertido y valioso que buscarse, y de esta forma, aunque me cueste la vida, la libertad es lo que este corazón reclama, aunque la tenga de papel o de frágil porcelana, abrazaré esa victoria y será lo único que nadie nunca podrá quitar de las manos.

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