domingo, 11 de diciembre de 2016

1:00

Quería decirle que lo sentía, que resonaba dentro de mi cuerpo como si éste fuera la olla vacía y helada que a veces parece ser; quería que supiera todo aunque nunca hubiera logrado ocultar realmente nada, pues todos los otros lo habían adivinado mucho antes de que yo lo pudiera ver. Pero es que no podía ser que sus ojos, aquellos infinitos ojos, no pudieran ver mis defectos, ni mis fracasos, ni toda la soledad... sus ojos sólo me contemplaban como si hubiera estado esperando toda la vida por verme. O tal vez, era el reflejo de los míos que, hasta la fecha, siguen sin creer que lo pudieron ver.
Y él estaba ahí sonriendo, alucinando, ¿qué pensaría? Si al primer contacto fui fría y al otro fui una nación abrasada en llamas, si cuando estuve ahí ni el sol podía pensar en brillar tanto, si nunca ha habido nadie más iluminada. Qué vergüenza, casi lo olvido... esto no tiene porqué ser así. No conmigo, no ahí, no puede ser para mí.
Han pasado ya muchas noches desde que lo vi partir, como cuando se ve un cometa que puede o no volver a aparecer; éste es un cuerpo celeste cuyas dimensiones nadie puede calcular, a veces su cinismo rompe las barreras del tiempo y otras veces, su alegría detiene por completo el movimiento de todo a su alrededor... Nadie sabe hacia dónde va ni por qué a veces se sienta a mi lado a abrirme su corazón, a remendar el mío y a asegurarse de que todo lo que ha construido sigue estando en su lugar. Imposible es también predecir en qué momento volverá para arrancármelo todo y  hacerme arrepentirme del momento en el que volví la mirada hacia él por primera vez.
Nadie sabe cómo funciona, sólo sé que no soy la única que quiere saber.
Es verdad, es territorial como la mar, guardián de mi vida y la de los míos, receloso de mis creencias y creyente de mi verdad... sí, es un territorio inexplorado y estratosférico, no solamente lo que aparenta ser: codiciado y codicioso.
Y entre todo lo que sentía, lo que más quería era que no se diera cuenta, no ese día... un día más, por piedad, un día más... pero mi abrazo lo dijo por mí, y sus ojos aceptaron todo y nos dejamos ir, al fin. Tal vez no vuelva a verlo nunca, tal vez sea mejor para mí, que no tengo ganas de explorar ni tengo madera de excursionista para pararme de nuevo en arenas movedizas; tal vez sea lo mejor para él, que tiene ganas de vivir y está tallado en la madera de la realeza, alejarse de este fuego incontrolado e incapaz de decir que...

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