domingo, 9 de septiembre de 2012

Paint it black and take it back.

A veces puede parecer un defecto de fábrica: que si somos producto de cómo fuimos criadas, que si somos tapetes, que si somos sombras, que si lo que tenemos es falta de amor propio... No importa. Los flashazos de una vida mejor son lo que importa, porque es la verdadera consciencia, por muy pequeña que sea, la que puede abrir el paso a la verdadera felicidad.
¿Yo que puedo decir sobre la felicidad? Demasiado poco, la que he tenido ha venido demasiado a cuentagotas como para poder considerarse felicidad de verdad, porque desde muy niña he creído firmemente (por variadas y muy válidas razones) que ser feliz está muy mal, además de que me ha faltado compañía siempre y nunca me he sabido hacer muy feliz yo sola.
Sin embargo, y pese a que sufrí tanto como un ser humano (de tal o cual edad) era capaz de sufrir, la soledad me ofrecía una libertad que no supe valorar y que sacrifiqué por absolutamente nada más que golpes limpios en el rostro y un knock out.
Y desde el piso, con la visión borrosa y la cara ensangrentada, lo único que pude pensar es que fue mi culpa. La culpa, sí. Ojalá pudiera luchar con la maldición congénita de la culpa, ojalá pudiera ser como aquellas personas que se alejan de mí persiguiendo algo mejor para ellas mismas,  cómo quisiera saber lo que es 'mejor' para mí, pero sé que no lo lograré si conservo la visión que adopté cuando tenía diez años de que cualquier cosa sería mejor que lo que pudiera ofrecerme yo misma.
Hoy me doy cuenta que no es así, hay un valor en el espacio personal (o al menos en el mío) que nada puede ni siquiera afianzar a la mitad, nada se compara con esa magia, con esa energía, con esa pasión; ¿qué le ha pasado a la persona creativa y siempre dispuesta a sobrevivir? Se quedó mirando desde el piso, noqueada, absolutamente absorta en su pensamiento habitual, aquel que moraba en la más recóndita esquina de la oscuridad solitaria en donde ella dormía: que tú tienes la culpa, que tú no sirves para nada, que nadie va a quererte nunca. Y es entonces que se conforma con cualquier ojo que la mire, con cualquier mano que la toque, con cualquier persona que esté ahí aunque a cambio de lo que había conservado intacto tanto tiempo no le de nada, porque no merece nada.
Por tonta, por ciega, por ser como es.
Lo bueno de mí terminó por nunca poder ecplisar lo malo: la herencia destructora, el factor psicótico; que la vida sea la que me juzgue pero tú no, a ti ya te he dado demasiado crédito en esta historia. No pienso darte nada más.

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