Quisiera romper la campana de cristal, quisiera dejar de ahogarme en mi aire rancio al menos un día sin cruzar la línea entre el hartazgo y el impulso suicida pero parece que no tengo opción. Dicen que no debería llamar funcionalidad a esta culpa que me drena la energía si no hago lo que me pagan por hacer o lo que me comprometí a hacer en un buen día. Dicen que tampoco debería sudar tanto o sufrir tanto haciendo cosas que se supone que disfruto; cosas que yo misma busqué o agendé pero, ¿quién si no yo podría cargar con esto? Parece que luchar y pelear es todo lo que he nacido para hacer, y hay días, meses, en los que creo que ya no puedo.
Me siento como cuando era niña y nadaba con todas mis fuerzas esperando el momento de salir, bañarme y comer chocolate, aunque mi madre se enojara porque entonces nada de ese esfuerzo había valido la pena. Sólo que ahora la alberca es mi vida y mi madre sigue siendo mi madre.
Si bien es cierto que sacrificio y entrega pudieran tener un significado positivo, cuando se trata de mí, pesan como condenas. Quisiera tener el valor que tienen otras personas en mi condición (poseedoras de cerebros distintos) para quedarse todo el día en cama sin mover un pelo; quisiera poder encerrarme en mí misma frente a todos, sin miedo a esa voz (mi voz) que me dice que ni para dejar de servir, sirvo.
Lo siento, prometí dejar de tratarme a mí misma con desdén pero al parecer, como siempre, no lo estoy intentando lo suficiente.
Esto es un carnaval de culpas, lo ha sido desde mi creación y lo será hasta mi sepulcro, y aunque reconozco que he mejorado, que he cubierto mis bases para no volver a caer en el abismo del que tanta sangre y dolor me costó salir, quisiera saber por qué ese abismo me mira desde lo profundo y me sonríe como si supiera que terminaré sumergida en él, como si fuéramos de esos amantes que han hecho todo lo humanamente posible para alejarse (herirse, acusarse, insultarse, amenazarse) e igual se besan en sueños, como si su amor fuera más una terrible maldición. Y ya no quiero ser sólo eso: una pieza más en un juego donde siempre pierdo yo.
Como todo el mundo, quiero ganar, no quiero sentir que voy contra la corriente. Quiero que el descanso no me sepa a locura o cobardía, quiero un solo día libre de culpa, lleno de tranquilidad y amor. Quiero que alguien, aunque sea en un mundo alterno, encienda una vela por mí; que alguien suspire diciendo mi nombre, que alguien haga algo por verme sonreír; que no sólo sienta mi peso caer sobre el suelo, que alguien, por una vez, esté ahí para mí. Quiero creer que pasará y que me lo merezco, aunque no sea cierto.
Sin embargo, y aunque las ilusiones me llenan de vida, sé que nada haría realidad el sueño más estúpido que tuve, la meta más escueta que este mundo y su arte plantaron dentro de mí. No hay cantidad de esfuerzo, amor, dinero, tiempo o sufrimiento que yo pueda entregar a alguien para hacer que se quede, ni siquiera para hacer que me escoja; pudiera sonar como exageración o desesperación si esta idea no hubiera sido ya tan estudiada y comprobada, no por ello menos dolorosa.
¿Cuál será la verdadera razón de que alguien como yo esté aquí sin poder ser feliz y sin poder ser amada?
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