Nadie sabe lo complicado que es ordenar estas letras en mi mente para que no parezcan lamentos, para que no llegue hasta tus oídos este cruel alarido, para que nadie en el mundo pueda notar cuánta sangre se derrama por mi piel, ni cuántas lágrimas faltan hasta que llegue mi muerte.
No me sirve de nada ir por ahí contando lo que me duele porque dentro del consciente colectivo o bien tú y yo ya estábamos muertos o quebrados muy en el fondo de manera espiritual, y sí, tal vez fue así siempre porque cometí muchas veces el error de estar ahí si me lo pedías, de regresar a pesar de los dolores y las pesadillas.
Nunca voy a entender cómo poco a poco te quedaste con tantas partes de mí para que así de pronto me sintiera tan vacía sin ti; no sé pero tengo que lidiar con eso todos los días.
Tú nunca sabrás la falta que me haces cuando tengo que enfrentarme a mi soledad, a mi mal carácter y a todos mis miedos, ni sabrás lo que yo sentía cada vez que escuchaba tu voz: cómo mi corazón se volvía loco y todos mis sentidos se fundían dentro de mi cuerpo. No tienes por qué enterarte de cuántas veces he querido salir a la calle corriendo a buscarte, a gritar tu nombre y pedirte que me regales un beso. No tienes por qué escuchar de todas las veces que te apareces en mis sueños diciendo que todavía me quieres, riéndote conmigo, viéndome a los ojos... de nada serviría que supieras cuánto lloro por ti y cuánto me cuesta creer que tanto tiempo y tanto amor ahora se hayan ido para siempre.
Sólo estoy segura de que siempre supiste cuánto de ti había dentro de mí, cuánta felicidad y cuánta vida. Siempre supiste que te amo más cada vez que te late el corazón y que nada ni nadie va a cambiar eso nunca, ni siquiera tú... y ése es el error más grande que pude haber cometido.
No sé por qué no he podido ser suficiente para ti, por qué todas las veces he tenido que ser esa sombra que te persigue por la vida amenazando todo lo que quieres de verdad, y créeme que he tratado de luchar contra eso y contra todo lo que te pueda molestar de mi manera de ser, y aún más, de mi forma de quererte, pero jamás conseguí que nada cambiara.
Aunque quizá no jamás, porque dos veces vi algo en tus ojos que nadie puede quitarme: la primera noche que estuvimos juntos, nunca me he sentido tan deseada y tan hermosa como aquella vez; y la noche que me sostuviste como si fuera una niña, en tus piernas, me abrazaste y dijiste que me amabas... incluso ahora que de ese deseo y de ese amor ya no te queda nada.
Ojalá no recordara siempre todo lo bueno que he sentido por ti, ojalá pudiera cerrarte todas las puertas como lo has hecho tú, como si yo me hubiera ido debiéndote algo. Ojalá de verdad pudiera odiarte como tengo tantas ganas y tantas razones para hacer, pero la
realidad es que apenas me puedo sostener y obligarme a abrir los ojos y sacar fuerzas de no sé dónde para vivir así.
Todas las noches me repito que nunca vas a querer compartir nada conmigo que no sean momentos en donde no tengas algo mejor qué hacer, que nunca me has querido como yo te he rogado que me quieras, y que jamás vas a volver. Que me estás olvidando si no me has olvidado ya y que lo mejor que pude hacer fue dejar de molestarte de una buena vez.
Pensar en eso me tranquiliza, me hace pensar que todo lo que siento (la rabia, la humillación, la soledad, el vacío y el muy estúpido e insistente dolor) vale por lo único bueno que he podido hacer por ti.
Yo sé que no sirve de nada decirte que te amo y que si no te entiendo es porque yo no soy como tú, yo no tengo personas haciendo fila ni luchando entre ellas por un pedacito de mi vida.
No sirve de nada lo que tengo dentro del corazón, ni en la cabeza, ni en el alma porque tú eres todo lo que quiero, todo lo que he querido siempre desde la primera vez que te vi. Me quedé sin energía para luchar porque esa pelea estaba arreglada: tú no me vas a escoger, nunca voy a ganar nada. Me quedé sin el amor de mi vida, y hoy que lo acepté, al fin me quedé sin palabras.
Nadie sabe por qué pero todo ha quedado en silencio.
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