Cuando todas las luces se apagan, las puertas se abren y los canales se desbordan; se me cierran los ojos y pienso en qué habría visto de no verme en los tuyos. El error es mío, por supuesto, si llevo la confusión a cuestas y la dejo enredárseme en los pies como agujetas, porque me gusta vestir esta fascinación de pasión y viceversa; y a pesar de que siempre he tenido buen gusto para las obras y jamás he podido (ni querré) comparar el amor que les tengo por otros amores, es momento de admitir la existencia de un vórtice inesperado dentro del camino de los ojos más hambrientos de historia que jamás hayan existido: los míos.
Hubiera podido jurar que los esbozos de megalomanía que a veces dibujan mi esencia debieron haberme servido de alerta, es peligroso combatir fuego con fuego o dejar que los fuegos se sientan tan a gusto juntos, ¿no crees? Y aunque esto pareciera un intento más de expresión del enamoramiento secreto que ya no sorprende a nadie, la realidad es que es mucho más un asentamiento de hechos crucial para una pregunta que lleva mes y medio atormentándome.
¿Qué sigo haciendo yo aquí, en donde nada tiene mi nombre? Lealtad y libertad. Siempre.
Una vez me pediste huir de ti, y yo lo descarté inicialmente porque pensé que no tenías manera de saber qué sucedería después o qué tan malo sería eso para mí. Pues bien, allí y hasta ahora me di un crédito que no pude costear y no imaginé que tú tenías dentro una línea de narrador tan afilada que cortaría cada uno de mis momentos de niña ilusionada en el intento de quedarme.
No imaginé que lo tenía frente a mí y que me estaba dando la oportunidad de salvarme, y creo que si lo hubiera sabido, me hubieran quedado muchas más ganas de volver por más. Una y otra vez.
Me gustan las historias del descaro y la emoción, me gustan los seres oscuros en los lugares maltrechos y todas las lunas pardas marcadas sobre sus párpados; me gusta la burla a la consciencia propia, a la vida y a la autoridad. Casi puedo oír como cruje la inscripción de los mandamientos, casi puedo sentir con mi espalda las rejas del infierno, y, así me alcanzara tu furia y me convirtiera ya no en espectadora sino en víctima, como sucedió aquella vez, seguirá valiendo cada segundo.
A mí nunca me ha gustado la calma, es bien sabido que no la sé tolerar, y lo que brille en la tierra es oro, no importa que sea sólo sal. No me ciega lo que te quiero ni tampoco es cierto que por esto te quiero más, es que me descoses el corazón del pecho y me lo vuelves una semilla en espera; mi corazón, ¡el mío! Tan sordo, tan ciego, tan inerte ante los hechos, tan incapaz de florecer... se quema contigo y se vuelve cuna, como bosque de conífera. Eso nadie lo vio venir.
Cuánta gracia tienes en los ojos, cuánta vida tienes en la piel; aquí voy recogiendo los textos, no me canso: no me cansaré.
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