martes, 15 de mayo de 2018

faux pas

Prefiero comenzar por lo que veo yo cuando no sé lo que ven los otros, ¿qué ves cuando me ves tú? Yo sólo soy el escalón roto, la esquina oscura, ese espacio vacío que nadie recuerda en cuanto se llena con otra cosa, soy por un momento y luego ya no soy: soy solamente furia, celos, valiente elocuencia que se desfigura en ganas de romperse la cabeza contra el cristal sin decir una sola palabra. Porque también soy silencio, el más sustancioso y oscuro silencio que conoces, eso creo.
No valdría recordártelo entonces porque me cubre una espesa capa de nada el rostro y el cuerpo cada vez que tú quieres eso, como si me robaras los créditos por todas mis vidas anteriores y convirtieras ésta en la más difícil que me ha tocado vivir, con el corazón lleno de espinas y la sangre, toda, envenenada: pero si estoy contigo se me olvida cuando me asedió la muerte o incluso cuando la tuve encima, rompiéndome la cara o disparándome a sangre fría. ¿Eres tú? Por supuesto que no, pero eres más grande que la paranoia, el trauma y la desesperación. Todos al mismo tiempo.
Mis sentidos se encienden al verte, todos los momentos se juntan arremeten contra mis pobres entrañas como en un mar escarchado de risas desenfrenadas y sal de todos los besos que te quiero dar pero que se disuelven dentro de mí cuando cierro los ojos y recuerdo que en tu camino soy un paso en falso, un momento nada más. Y a veces sazonan mis lágrimas. Bendito momento, sí.
Bendita la dictadura de las pesadillas y el optimismo ingenuo de los días venideros, bendito tu lado del espejo, y todo lo que nunca sentirás. Bendita sangre caliente que se me resbala por los dedos antes de llegarme a la cabeza, benditas historias tontas, como esta, de conexiones fallidas y mares dorados, casas de ballenas... el momento más largo, tórrido y hermoso de mi vida.
No sé qué hacer para hacerme durar siendo un punto y coma dentro de un texto que se revuelve en premisas y se regodea de su sintaxis, morfológicamente perfecto, de contenidos profundos y que pareciera estratégicamente diseñado para romperme los escudos y el ágape en mil pedazos.
¿Y qué?
Nunca he tenido psique limpia, ni tampoco es que me guste hacer siempre lo que está bien. La gente buena me da tirria, los que curan a otros me queman la piel; a mí me gustan los picos pero me enamoro como nadie de las caídas, me gusta la gente que siente sin preguntarse nada pero me enamoro de los que se saltan las dudas, las prohibiciones y los daños que puedan provocar: me mata.
He de admitir que traía la culpa puesta pero me la quité en cuanto te vi.
No me sirve fingir que alguna vez me voy a arrepentir porque eso fue justo lo que pensé al cruzar palabra contigo: a la chingada y hasta el fondo. No me importa la tristeza, el golpe o la soledad, traigo para pagar eso y el doble.
Eres más grande que las noches que no duermo y las lágrimas que lloro; eres tú, como lo que dicen los grandes en los grandes momentos: yo te veo y contemplo la más intricada historia que se contó alguna vez, y quiero leérmela completa. Me gusta sentir tu presencia mucho más que tu piel, me das miedo como me das hambre y al revés, como ver el borde del abismo y pensar, ¿en dónde me fui a meter?
Aquí está la historia que estuve esperando toda mi vida, leyendo esto: seiscientos caracteres brotantes con filos de oro, para ti nada más.
Que la vida me cobre lo que quiera pero que me siga dando horas en los días para verte y corazón para sentirte, porque me importa sentir más que vivir y jamás tendré cómo agradecerte que me dejaras acercarme a ti. Eres como el mar revuelto, azul y hermoso y más, sobre todo mucho más. No importa lo que soy o lo que no soy, de cualquier forma no sería suficiente para saberlo todo, pero aquí estoy.
Leal.

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