Mi mente te llama a lo lejos mientras observo cómo se me pudre la carne de los dedos cansados de escribirte, pero es que... qué hipócritas sonamos los dos cuando nos hablamos de frente, y extrañamente, por fin confío en tu palabra y sé que te tengo que creer. No estás aquí, no vas a volver. Necesito clavármelo en la mente y, quizás, en la cabeza, verlo sangrar y verme aquí, llamándote con el corazón una vez más pero con la certeza de que no vas a responderme.
Sabía que había sido un golpe de suerte encontrarme contigo, y como tal, no podría durarme para siempre y, sin embargo, lo empeoré.
No quise ser ese error que te gritaba que lo miraras a los ojos cuando le hablaras, no quise ser ese arrepentimiento punzante que te tomaba de la cara para obligarte a recibir un beso del que no querías saber más; no quiero ser este fantasma que te persigue.
Me volví fuego contigo y luego me dijiste adiós y me volviste ceniza.
Y yo, a diferencia de ti, no puedo renacer de ahí.
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