No sabría qué es lo que escondo si no me doliera tanto en las entrañas, ni yo sospecharía lo mucho que te añoro si no me fallara todo cuando tú no estás; aquí estoy yo, redondeando los filos de las letras, quiero que sean buenas conmigo porque las noches me aturden y las tardes me reclaman tu forma, tu voz, tu delirio y a mí no me quedan más que tinieblas y golpes de pecho, porque eso que soy a tu lado, quiero serlo siempre, ¿es que no lo ves?
Quisiera que todos tuvieran razón y esa razón tuviera algún sentido para mí, sin embargo, no te culparía jamás por vivir mejor sin mí: nunca he sabido dejar huella en ninguna superficie, soy apenas perceptible en el blanco de este papel, no podría esperar quedarme alguna vez en esa piel que sólo besa el sol y que sólo eclipsan los lunares.
En el silencio impenetrable, a pesar de todo, se contiene mi lamento porque siento que tontamente me aferro a lo que te he querido, ha sido tanto que he deseado nacer de nuevo para ser una persona distinta, para no tener este miedo constante de no volver a verte, sin dudar ni enloquecer... y si sé que no puedo hacer eso, no me importa que me duela después si puedo acariciarte, ver amanecer en tu mirada o despertar con el roce de tu piel; no me importa romperme el corazón chocando contra el muro de tu pecho, ni deslizarme río abajo en la vorágine de tu olvido casual porque el viento sedoso de tus fantasmas me revuelca los sentimientos y dice: vete. Lo único que importa es que me has dado los días más felices de mi vida, y esta vida la tienes encantada con choques de cristal y ardiente caña de azúcar. Quédate. Por favor.
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