Un día supe lo que era sentir que todos mis sueños se hacían realidad, por capítulos, como si la gran oportunidad de mi vida se fuera desgranando durante un año casi completo, dándome sólo una cucharadita de miel por veintinueve de veneno.
El sol se asoma una vez al mes a mi vida, abriéndose paso con la sangre de mi cuerpo, sin embargo, una de esas veces supe lo que era sentir que ese sol me secaba las lágrimas, que me iluminaba la mente, que me quitaba los escalofríos y disipaba todas las tinieblas.
Muy lejos está ya ese instante, veintinueve semanas rotas han pasado, divididas entre energía y melancolía, y si sólo en la semana quince hubo una noche de amor-agonía... ¿qué es lo que me hace tanto daño? La distancia, el vacío y la pedantería: el quererte y no creerte, y creerte sin querer.
Me mata el quedarme siempre lejos, nadar siempre debajo de ti porque siempre me olvidas, me pateas hacia abajo... me mata saberme de memoria el diálogo, el rompimiento de ola, santinguarme con tu regreso a sabiendas de que si vuelves siempre es porque siempre me abandonas.
Es lo mismo cada veintiocho días: si miras mi corazón de frente, si ves el templo sagrado de empatía color ocre que te construí, sonríes, das media vuelta y te vas dejando abierta la puerta para que el viento de la realidad me reseque los deseos y me enrede los cabellos, pues si bien tu camino es luz neón y humo de cigarrillo, jamás, ni por un instante, ha estado manchado de mentira o fuego amigo... es traslúcido, espejo de obsidiana, mi mitad oscura. Maldito hechicero, chamán, demonio, rey.
Llamarte no funcionará ahora, no tengo ninguna excusa para revelarte la rabia con la que te siento y no es por los labios que beses o quieras besar, ni por la piel que toques o esta piel, que no volverás a tocar; no tengo razones para creer que por lo mucho que te alejas debes regresar, ni para querer con estas ganas que no me vuelvas a dejar. Sé por qué te vas y no siento nada por las manos que puedan tocarte o los ojos que quieran verte, aunque de esos haya cientos de pares en esta y otras ciudades: los nervios de los celos me los mataron a golpes hace tiempo, un amor antes del tuyo me los arrancó de raíz.
Quererte así no me hace fuerte, culparte así tampoco lo va a solucionar porque estos errores son míos, no son tus defectos ni tus omisiones, y no me van a funcionar como argumentos que sostengan la débil tesis que tienen muchos de que tú debes quererme. Nada de lo que yo pueda decir o hacer podría hacerme ese favor, ni este amor tendría el peso suficiente, estoy consciente y, sin embargo, tú me regalaste un día, un precioso día de diciembre que con todos los reveses guardaré dentro de mí, ahí donde guardé el montón de malas decisiones que te trajeron a mí, también guardé cada segundo que paso pensando que te necesito, deseando volver a nacer para entenderte de verdad y escuchar lo que quieres decir y no lo que parece que dicen tus labios cuando me derriten los escudos uno por uno... ahí va el olvido, el tiempo que no vuelve y que cada día que pasa se vuelve más tenue en la memoria, aunque siempre haya un segundo más en el presente para desear ser quien fui un lunes hace veintinueve semanas.
Aquí enlisté mis respuestas, aquí están las verdaderas causas para este dolor estrepitoso, trepidante e imperfectible: fantasmas en mi cabeza. Aceptémoslo, no nací para sentir esto y salir ilesa, sin razguños de estrellas caídas o atropellos de palabras francas; yo nací para sangrar profundamente, para trastabilar al recoger migajas, para confundirme fatalmente entre mis susurros y los tuyos.
Esta vez, cuando te vayas, ojalá tu tremenda luz haya secado mi nombre de tu frente, que esta infección haga que me amputen los nervios faltantes y al fin deje de sentir que me merecía tener ese doce de diciembre, y de paso, que merecía tenerte a ti. Una vez y para siempre.
La muerte me mira de reojo y me regala una sonrisa breve, se acerca sigilosamente y me habla por primera vez en casi siete años, aquí está otro príncipe- dice- quizá más bello que todos los otros, más bello que el universo entero, pero sólo es uno más; otro príncipe que te ama, pero no va a enamorarse de ti jamás.
Extiende su huesuda mano y toma la huesuda mía: la libertad, la libertad.
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