No es sinsentido, es contrasentido.
El diablo me mira y contempla cómo todo se enciende, camina dejándose de lado por un par de preciosas horas, sin disfraces, poses o mesuras. Me mira y lo entiende, lo provoca... sabe que la luz no es luz si mis ojos no lo encuentran, que el tiempo no existe si mis oídos no lo escuchan, que la vida es una bruma gris hasta que... sí, estamos aquí. Juntos. Encerrados en una penumbra púrpura, lo enredé con mis palabras y él me ató fuerte con sus brazos, no hay dolor, no hay dolor, pero tampoco esperanza. No hay preguntas, no tendrían respuesta.
Mi leal corazón se le fue de las manos pero no por eso se rompió, aguantó a la gravedad, la angustia y la aplastante verdad, como mi tobillo, como mi frente, como mi cordura. No puedo mirarlo más de tres segundos sin convertirme en la víctima, no puedo volver la ira y el odio en su contra porque lo revierte, maldición, lo deshace. Para todo acto, esconde un contra hechizo.
No puedo mirarlo porque mis ojos le exigen que explique cómo se deja llevar tan fácilmente, como el mar, arrastrando fuerte todo lo que se le acerca ; se dan por vencidos y se cierran, maldita sea, aquí está mi cruz, mi demonio hecho de agua: mi disolvente universal.
Ahí, en cuanto el púrpura se vuelve negro, acerca sus labios a mí... Mi corazón al rojo vivo me grita que lo devore, que le bese todas las faltas, todas las pesadillas, todos los sinsabores... mi mente tormentosa me espeta que cierre la puerta y acelere: dig-ni-dad, au-to-es-ti-ma. El príncipe de las tinieblas, pendiente de todo, me guiña un ojo y lo veo claro, la muerte también se enamoró de esa mirada, también está ahí sentada... tiene más que un trato con él, lo ama. Ella también lo ama. Ella me impulsa a ceder.
El diablo todo lo sabe, un beso me disuelve, un beso todo lo puede vencer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario