Nadie se puede imaginar siquiera lo difícil que ha sido tratar de sobrevivir atrincherada, atesorando recuerdos y tratando de limpiarlos de la decepción y del lodo en el que se han sumergido; siento que las sombras espesas de la ingratitud y la incertidumbre son lo que ensucia las livianas ideas que tenía sobre mi futuro contigo. Siento que alguien me disparó a quemaropa y me desmenuzó los momentos felices. Siento que ese alguien fuiste tú.
¿Pero quién eres tú?
Siempre sostuviste que yo no te conocía y sólo hasta este momento puedo aceptar que es así, no es que antes pudiera enfrentar el cúmulo de terrores y traspasar los canales de aguas negras sin resíduo alguno y que ahora, de pronto, decidiera tirarme a morir; es que todos esos errores no se me olvidaron y esas noches sin dormir se fueron acumulando, y todo se combinó en tu contra. Si hubiera un momento en el que no te conociera, si no te reconociera, sería justo ahora.
No es que me parezca imposible que pudieses transformarte una y otra vez con tal o cual persona, porque yo también me he adaptado a distintas situaciones para seguir pasando desapercibida, lo que no entiendo (o entendería, suponiendo lo contrario) es la mala intención. ¿Por qué ocultar ese lado de ti durante tanto tiempo?, ¿para qué mentir? No es como si yo fuese una obligación o un compromiso firmado y sellado que tienes porque no estamos ni cerca de eso, no es como si yo fuese a matarte o a matarme si las cosas no salieran bien: me he reconstruído más veces de lo que tú te imaginas. No lo sé. Pero es eso justamente lo que no me permite superarlo, lo que me revienta en las entrañas, lo que me despertó la ira que no he podido controlar.
No soporto la idea de que conmigo seas esa persona con la que me siento tan equilibrada y tranquila que puedo ser feliz, que puedo ser libre, que puedo ser yo misma; y que luego, busques y encuentres alguien más y te conviertas en algo que nunca podría terminar de aborrecer.
No me hiere tanto la duda, tampoco la traición (de existir); no me lastiman las palabras, ni los juegos, ni siquiera las acciones que pudiste o no pudiste decir, inventar o hacer con la mente, el corazón y los brazos de aquella nulidad que ni siquiera me explico por qué te interesa. Te puedo asegurar que ni siquiera me importa ella, porque no tiene nada que me pudiera alarmar. Lo que me destroza es la mentira, porque no es la primera y sé bien que puede no ser la última, me mata lo que me ocultas, me mata aquella cosa que te inspira a ser cómplice de tan triviales objetos, de tan insípidos sesos, de tan transparentes vidas.
Me duele dudar de ti y tener que despertar con esa sensación todos los días, me deja sin inspiración para escribir sobre aquellos tiempos en los que la luz de mi mundo eras tú. Me devasta creer que todo lo que hemos vivido, todo lo que hemos hecho, todo lo que tú me has dicho se vaya a la basura por todas estas impresiones. Y erré, porque fui yo quien dejó pasar todas y cada una de las acciones pasadas, fui yo quien siguió adelante sin repercusiones y fuiste tú quien siguió sin aprender nada, y lo volviste a hacer, así que también erraste.
La nulidad es eso, me queda claro, pero ciertamente tiene algo que buscas y que no encuentras en mí, no sé si es cómoda mediocridad o reconfortante ignorancia, o una combinación amable de las dos; quizá conserva la frescura y espontaneidad que yo nunca he tenido, ni tendré, o quizá simplemente tú y yo, y todo esto, está destinado a fracasar y la nulidad no ha hecho más que derramar el vaso. En cualquiera de los casos, tú sabes algo que yo no, y al parecer, yo no sé nada. Nada más que lo que he querido saber.
Esta no es una carta de amor o, al menos, no lo sería para ti sino para mí, porque tengo que remendar mi corazón, como tantas veces, y lo primero es aceptar en qué me equivoqué, y fue en lo mismo que tú: dejé avanzar situaciones que debieron ser detenidas desde el primer momento. Me envenené el alma con mis debilidades disfrazadas, por supuesto, de las tuyas. Y ahora, que estoy en el proceso de desasolvar la rabia, lo que sigue es darle paso al bálsamo apaciguante del olvido, y ahí, podré mirarte de nuevo a los ojos y abrazarte como siempre he necesitado, y siempre necesitaré; y amarte, más de lo que he hecho hasta ahora, y como sé que siempre podré.
Desconozco si la nulidad vale más para ti que yo, pero sé que tú has valido éste y todos los golpes que haya recibido por ti, el problema es que no estoy segura si, por esta vez, haya sido suficente.
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