Las fantasías derivan una a una, como alucinaciones, como oleadas; el silencio ya no reina aquí, después de todo, aquí ya no reina nada. Aquí sólo hay un piso de mármol, inundado por unos cuantos centímetros de agua, que ya no alberga al monstruo que se alimentaba de piezas de plata; habita solamente una criatura blanda, gelatinosa, jaspeada, con los cabellos apelmazados y la piel marcada por la arena, los golpes y las noches sin dormir. Esa sirena ya no canta, ni habla, ni sueña; se limita a dejar correr su pensamiento y dejarlo tropezar, a malinterpretar todos y cada uno de sus sentimientos para luego estrellarlos contra el suelo y dejar que se rompan para siempre. Así es como se cierra el círculo de las fantasías raquíticas, de las ilusiones cancerosas; de todas y cada una de las sospechas alérgenas.
La luna no quiere acercarse a ella, ni la fortuna, ni la verdad; tampoco quiere mirarla a los ojos y el sentimiento es mutuo, ella sólo se sienta junto al agua, que escasea más cada vez, y llora por su pecado imperdonable. Noche a noche, las dos se fusionan, se besan y se destruyen sin mirarse, sin hablarse, sin tocarse, solamente comunicándose a través de suspiros cortos y superficialidades, porque están juntas en la misión de destruir mi alma.
Ya no puedo aferrarme a los recuerdos, para empezar, ya ni siquiera tengo fuerza, ni luz de luna, ni piel de sirena: después de todo, ya no tengo nada. Mi memoria lúcida e intergaláctica se ha fragmentado en pedazos tan pequeños que no les puedo reconocer, y mucho menos levantarles del suelo, lo único que sí puedo hacer es, al fin, decir que nadie, con nombre, corazón, alma, dignidad, o sin ella, ha venido a robarle a estas mujeres la esperanza, ni la tranquilidad.
Es bien sabido que los artistas y los lunáticos nacen y se alimentan de la soledad y la miseria: el disturbio los cría, la paranoia los orienta; los quiebres hacen latir sus corazones, la melancolía les hace vibrar el alma; viven todos sus días tratando de encontrarse con sus cruces y sus parroquias, tan sólo para morir víctimas de sus propios pensamientos, y aquí estás tú, leyendo esto, contemplando una de mis múltilples muertes, creyendo (si supieras) que tú eres el autor de cada uno o alguno de estos sentimientos.
Si bien es cierto que mi sirena se seca y mi luna se autodestruye, mi universo se contrae pero no se muere; aquí la única muerte verdadera la pongo yo. Yo soy quien escribe todos los inicios y todos los finales.
Las fantasías que mueven los engranes y provocan ciclos de terrores nocturos, acechan desde sus esquinas sombrías, mirando a la criatura (ahora casi anfibia) con el afán de consternarla, pero cuando se apagan las luces, las dos son igual de oscuras, las dos están igualmente perdidas.
Éste es el texto de la fantasía mía que crees victoria tuya, ésta es la mujer rota, disfrazada de alarma contra incendios, tratando de remendarse una vez más, de estabilizar al menos una pequeña parte del caos y armar de nuevo el rompecabezas.
Éste es el texto de la renuencia absoluta, como la luna que, golpeada y aislada de todo lo conocido, se niega a apartarse de su madre, Tierra, y aquí estoy yo, como ella, agradecida por formar parte de una bellísima historia. Soy la sirena acorralada por rencores con y sin fundamentos, diarias amenazas de muerte y una potencial vista de cara, y que, sin embargo, sigue soñando con la sonrisa más dulce de todo el mundo, y con el día en el que conoció al amor de su vida portándola.
Éste es el texto imposible, así como tú y yo, imposible pero inmortal.
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