¿Quién me convierte en esta persona?, ¿qué fuerza me sofoca cuando tengo tantas ganas de gritar?, ¿por qué me detiene las manos cuando quiero matarte y los pies cuando quiero, finalmente, huir de ti?
Lo que más quisiera en este mundo sería reventar contra tu cara toda la verdad que sabes pero se te olvida cuando me enganchas a tus caprichos y a tus carencias, cuando me sometes bajo tu yugo de oculta deslealtad y desvariada desconfianza; lo que más quisiera es que fueras capaz de permanecer con esa tranquilidad y esa indiferencia si tan sólo recordaras un poco de lo que te trajo aquí y que, aunque no lo soportes, tampoco permite que te vayas. Lo que más deseo es que ese día llegue.
Yo no sé por qué el amor se deja mezclar de esta forma con la inconsciencia, de forma tal que huelen y saben a lo mismo; no sé por qué tu amor sabe a abandono y el mío a autodestrucción; yo no sé por qué eres tú la persona que elegí para que jale el gatillo y haga lo que yo no tengo, ni he tenido nunca, el valor de hacer.
No sé por qué, si sé, vivo haciendo todo lo posible para hacer como que no supiera, ni tú supieras también.
Por primera vez es una ventaja que en este espacio, como en muchos otros, sólo estemos tú y yo.
¿Quién me convierte en esto? Dudo que realmente seas tú, porque tu mirada está vacía como quien tiene espacios en blanco incrustados en la cara, porque tu discurso es monosilábico y tu rutina la tengo más que memorizada. No creo que sigas siendo tú quien me hace pedazos los días felices o quien me hace feliz cuando estoy hecha pedazos, porque a tu amor le gusta disfrazarse de indiferencia y a tu indiferencia de encanto.
Sólo me queda admitir que a veces me pierdo entre los conceptos de amor, inercia y lealtad, quizá lo que realmente defina esto es una necesidad enfermiza de... algo. Pero, ya ves, aquí nada es falso, y así mismo, nada se convertirá en calma, nada se apagará pronto, pues a mí hasta las cenizas me quema, hasta las suposiciones me matan.
Y entonces me rindo, tal cual, patética cosa, me arrastro hacia el abismo, dejo que mis brazos te caigan lánguidos sobre los hombros y que mis labios se mueran envenenados al chocar con los tuyos, porque, bien lo sabes, ya no tengo fuerza para nada más. ¿Qué estás haciendo conmigo, mi vida?, ¿en qué me quieres convertir?
A veces creo que te enganchaste a mi luz sólo para apagarla, que lo que nos mantiene juntos es el hecho de que un paso más lejos nos lleve a morir porque allá afuera no hay nada, mi amor, nada más que ciudades de recuerdos y polvo; no me aquejaría la desesperanza, ni el tormento, me mataría el distanciarme de las posibilidades, pues me hieren los finales tanto como los comienzos, me deshace pensar que estoy en medio y que en esto hice todo mal, también.
¿En qué me quieres convertir? A veces creo que lo que quieres es que poco a poco me vaya creyendo que no soy nada, por eso te gusta hacérmelo sentir, y sí, a veces creo que todo estaría mejor sin ti. A ese punto no le puedo dar la vuelta, pero tres segundos después me alejo lo más que puedo de ahí porque sé que es demasiado pronto, aún muy pronto, porque necesito esa vida contigo, aunque me duela más cada segundo, la necesito para saber que viví, aunque sea sólo para saber que me hundí, más hondo que nadie. La quiero para saber que no me morí de nada, como había pasado siempre, antes de ti.
¿Qué es lo que me hace detenerme? Me pregunto, como si realmente no lo supiera bien. El amor, como toda pasión devastadora (como si no tuviera ya demasiadas) necesita llevar al ser humano a la trasgresión de toda ley propia. No es sólo un sueño de luces volcánicas y velas pequeñas, es una fuerza satánica venida de un día de lluvia y una combinación de palabras incorrecta.
Aún así, ignoro si el amor, por sí mismo, poseé todas las propiedades que yo le adjudico, pues a penas veo esbozos de todo ello en ti, pero sé lo que yo siento (Dios mío, si sé), y si puedo convertir el peor de todos los sueños y la más bella fantasía en una armonía de letras y signos, puedo convertir al amor en lo que se me de la gana.
Lo que más deseo ahora es que algún día te lo preguntes honestamente, como cualquier ser humano que observase esta serie de calamidades haría, ¿qué es lo que te ha librado de mi adiós para siempre?
El amor, embriagado de más de un pensamiento suicida, pero amor, al final de cuentas.
No, la verdad no está confundido, ni diluido, ni roto; está ahí, más puro que cualquier otra cosa que hubiéramos visto, tal vez por eso ni tú ni yo podamos reconocerlo como lo que es y nos empeñemos día con día en ocultarlo detrás de personalidades múltiples y negaciones tajantes a la convivencia armoniosa. Ahora, la pregunta sería, ¿en qué lo estamos convirtiendo?
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