Los ecos siguen sonando aquí dentro, a veces lo entiendo y a vees no. A veces respiro y me detengo, otras sólo me saboteo; no cabe duda que ya no tengo el carácter, ni la entrega, o quizá sea que esta vez el dolor es mucho más grande, tan grande que le comió lentamente los pies a la voluntad y ya no tiene sobre qué sostenerse. Tengo el apoyo intermitente de la consciencia y de los esbozos de lástima, pero la tristeza, la pesadez, el cansacio que vienen de todos esos años de intentar y fallar, una, dos, cuatrocientas veces es algo con lo que elijo no lidiar, y bostezo ante los poros desbordantes de grasa y me inserto unos cuantos carbohidratos antes que quedarme dormida, ojalá pudiera, simplemente, dejar de existir.
Cierro los ojos y pienso, ¿qué estoy haciendo? Soy esa bala perdida de nuevo, sólo que antes tenía la fuerza como para hacer un impacto considerable, hoy ni siquiera podría producir sonido. Ya no soy quien era, y me moriría por saber quién hubiera sido ella de no haber chocado contra sus propias contradicciones y muerto en la colisión. Porque aquí ya no hay rastro de ella.
Fue un reencuentro premeditado y una mirada lasciva, fue un momento de esperanza, pero no me debo mentir, no soy más que una bola de sebo verdosa y olorosa, no me merezco menos de lo que he obtenido por idiota, por débil, por esto.
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