No podría encontrarte en toda esta negrura, aunque hubiera jurado que nadie en todo el mundo brilla más que tú. No puedo verte, no puedo tocarte, es como si solamente vivieras en mi mente; parece que te inventé, como si fueras un pedazo de mí pero digno y adorable, uno al que no se me permite acceder y amar porque mi cabeza sometió a mi corazón por primera vez, desde que tengo memoria.
Te miro como se ve a las estrellas, sólo a través de pantallas, o incluso, buscando solamente en los momentos más preciados de mi historia: una calle oscura y una noche divina. Solamente una.
No me permito escribir para ti porque le he dado más de mil vueltas a este asunto y parece circular, siempre parece volver a empezar. Me gustaría tener el valor de decirte lo que siento pero es que es algo tan absurdo ya. Te miro y sé que sólo eres un sueño y aún así me aferro a la idea de un día poder tomarte de la mano y adorarte sin freno alguno porque todo lo que yo he dicho sobre ti es verdad. Y me siento estúpida, como si no me hubiera tomado treinta años aprender que todo el amor que yo puedo sentir jamás ha podido interesar a nadie. A nadie a quien yo ame, al menos.
Desgraciadamente, esto soy, esta persona incapaz de aceptar ese no que me diste hace ya casi ocho meses. Lo siento, lo siento tanto, pero aunque haya tratado con todas mis fuerzas durante tanto tiempo, no puedo dejar de ser yo. Quizá la madurez de todos mis años sea solamente el miedo que tengo a decirlo pero jamás dejaré de sentir, aunque me cueste perderte. Lo único que supe desde el primer momento fue que no iba a durar y ahora también sé que si te vas no puede dolerme más que amarte tanto desde tan lejos.
Lo siento, algo que también siempre supe es que iba a ser yo quien lo iba a arruinar.
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