Finalmente he aprendido la lección, me ha costado que me tiemblen las manos y me arda el pecho cuando pienso en ti, en cómo me dueles cada día desde que te vi partir y en cómo descubrí que esa noche te ibas guardándote la verdad para ti.
No me dejaste nada, no me quisiste escuchar ni titubeaste siquiera y ahora comprendo por qué; no me pudiste engañar pero sí me culpaste como si no fuera capaz de entender que siempre hubo alguien más, y ahora que te miro feliz y reconozco mis fallas ante la luz de todos los días, me doy cuenta de la fragilidad de mis cimientos y la manera tan idiota en la que me entregué ante tu sonrisa bella y tu mirada infinita. Yo te vi y reconocí mi mundo ideal, aunque no te comprendiera del todo y tuviera claro que jamás me parecería a lo que estabas esperando para ti. Fue un error de novato, lo sé y tal vez algún día me lo perdone.
Lo cierto es que ya no importa tanto la mentira o la omisión que envenenó la herida que ya estaba sanando, ahora sé que tú también eres débil ante un par de risas y las palabras correctas, una pose bajo una buena luz o incluso solamente ante alguien que escucha la misma música que tú. Los dos nos vendemos barato, los dos entregamos todo ante una bonita ilusión.
No me extraña que ni siquiera notaras que te ibas con mi último acto de fe abrochado en tu muñeca, y que me rompías el corazón desprogramando mi cabeza.
No es tu culpa, no lo sabias. Mi responsabilidad es curarme este mal como pueda y limpiar el desastre que algunas noches, como esta, me deja el odio que se enciende al recordar cómo me culpaste de todo antes de huir, que me miraste a los ojos, mientras sostenía mi alma en una mano, y me dejaste morir.
Es mi culpa por creerte y por creerme que iba a poder hacerte feliz, pero esa culpa se termina aquí. Ya no puedo seguir sosteniendo tu recuerdo si estaba basado en una estafa, si estabas ahí conmigo como en una sala de espera, mientras alguien más venía por ti.
No te juzgo, me da gusto que haya llegado al fin y te haya dado lo que quieres, pero por dios que espero que te de también lo que te mereces. Lo que te ganaste por mí.
Los miro con envidia desde mi dolor, desde mi infierno, los miro tratando de creerme lo que sueño y no lo que lloro y lo que espero: que todos tus días sean malos y tus noches sean peores, mi amor, pero que valga cada maldito segundo por tu felicidad y por su amor.
Te amo pero al fin se acabó.
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