¿Para qué sirven los ojos cuando ya no pueden mirar? He encontrado las palabras correctas una y otra vez, he recorrido los caminos que ahora están cerrados y he sabido lidiar con el clima de la cima como con el mar de fondo: nunca he hecho más que resistir y seguir sonriendo, pero una pregunta se asoma con sus signos afilados, clavándoseme en la espalda desde la memoria: ¿para qué tanto esfuerzo?
Perdí ya la inspiración que me había dejado sorda, perdí la figura por la que casi doy la vida, perdí la familia que me la regaló; perdí la obsesión, la disciplina, la confianza, ¿qué me queda para ofrecerte?, ¿qué me queda ya más que maquillar lo que soy y sostener lo que queda con estas manos cansadas?
La idea me atormenta, me fulmina, no puedo seguir pensando que algún día voy a poder ser lo que creo poder plenamente y sin medida, que tendré en mis brazos una obra, un éxito, un hijo, un amor. No puedo seguir pretendiendo que a alguien le importa, que no soy el bagazo, la segunda o la tercera opción, que soy menos que la sombra de lo que parece que soy.
Se me agotaron las ganas, se me murió el amor: me lo mataron a balazos, ahoro sólo quedan fotos de lo que fue una mujer creyente de su pasión y sus letras, la mujer que se aferraba a ello con todos los huesos y el alma.
No te culpo, mi vida, ¿quién podría amar este desastre?, ¿quién podría darle más que palabras bonitas a un ser errante?, ¿quién por voluntad propia, elegiría algo así?
Tienes razón, no te arriesgues a infectarte, no dejes de prevenir que nuestras sangres se mezclen, pues mi estirpe está condenada y no, no tiene ni tendrá jamás una segunda oportunidad.
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