Comenzaré por admitir mi derrota, a ti y a todo el mundo se lo digo: no sé ni cómo me atreví a pensarlo y me da gusto saber que, al menos, ni siquiera lo intenté.
No es la primera vez que veo mundos hacerse trizas, universos colapsando unos dentro de otros, y la solución no es el tiempo, ni la energía, ni que mágicamente se arregle tu corazón porque, acá entre nos, no es lo único que hace falta... necesitaba nacer diferente, con el cuerpo fuerte, la mirada clara, y, lo más importante, con el alma fabricada a prueba de ti, y ese dictamen es inapelable.
No vale la pena cavilar en tus buenas intenciones ni en la impecable caballerosidad que tienes y que nos tiene a todos en esta sala de espera, en este limbo caótico repleto de figuras, rostros y entes contra los que no puedo competir... sobre todo los entes que parecen fantasmas y que nublan tu mirada como si fuera un huracán que, mientras sopla con violencia desde el otro lado del continente, me tiene aquí siendo nada, siendo brisa marina mojando tres noches que para mí fueron infinitas.
Es cierto, nunca tuve tristeza más bella, pero no sé de qué me pueda servir si, de cualquier forma estoy aquí, vibrando de desesperacion, con la furia quemándome del estómago a la sien, pero sin poder dejar que todo esto te explote directo en la cara porque eres un niño protegido hasta los dientes con tus miedos y tus farsas, maldita sea, si tan sólo escucharas, si tan solo miraras.
Ya basta, no puedo dejar que esto avance, empaco lo que me diste y tiro a la basura este drama innecesario, este pequeño hueco que no podrías llenar ni con toda la buena amistad que tengas guardada. Solamente espero que sea como no te cansaste de decirme: que yo nunca tenga influencia sobre ti... que yo no tenga nada dentro que te ate, porque entonces la derrota será otra.
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