Había querido rendirme, había querido pensar que la indómita
necesidad (así, a secas) no había tomado con maestría las riendas de mi vida;
que había, de pronto, dejado de hacer todo mal. Y henos aquí, con la mirada
baja, la sonrisa inerte y el puño cerrado atiborrado de ilusiones estúpidas,
palabras dulces, voces inocentes, miradas lascivas y respiraciones
entrecortadas.
Voy caminando con los ojos cerrados y todas las puertas
abiertas, con el corazón dando tumbos desde el pecho hasta la garganta,
perfectamente consciente de las implicaciones reales de mis fantasías
interestelares, sabiendo de memoria mis dimensiones y mis chispazos, y de lo
que pueden llegar a provocar, la fuerza intrínseca y la gravitación universal.
Todo eso, por cierto, deseándolo desde hacía demasiado tiempo, sin cosecharlo
(por supuesto), improvisado y burdo pero suficiente para hacerme sonreír hasta
perder la lucidez ante el desastre que sucedió.
¿Qué habita dentro de esta locura? La soledad, la amargura,
la fobia a la anarquía, el desvelo y la emoción. La maldita emoción. A penas
soy pendiente de que tiemblo como si estuviera completamente hecha de espuma,
me deslizo hacia el fondo y me rompo al primer roce de sol abrasador, dos soles
brillando en un rostro como ningún otro. A veces lo confundo todo con magia,
con buenaventura, pero miento: en esta vida no hay error suficientemente grave
para no ser cometido. Lo repito en mi cabeza con el fervor de un mantra. Como
si me hiciera falta equivocarme más, como si no fuera ya suficiente.
¿No has entendido que estoy fragmentada? Funcional no es lo
mismo que entera. Solamente quiero saber, quiero verlo yo misma, tocarlo con
mis manos, recorrer ese camino con mis pies tal como si el mundo fuera eterno y
no la mierda que es. ¿No ves que nos estamos matando?, ¿no ves que esto no
puede ser? Perdón por marcar tu vida con éste y otros tropiezos, perdóname por
todo, este y miles de días más. Solamente quiero sentir y vivir como siempre
pensé que no necesitaba, que no quería.
No significa que no me duela cada letra de tu nombre: las
consonantes cortantes como tus labios y las vocales infinitamente dulces, como
tu mirada. Tienes esa sonrisa que cambió toda mi vida, eres ese amor que nunca
olvidaré; eres mi casa, lo más sincero, la vida más brillante, la lección más
transparente. Te extraño, te extraño, te amo, te amo y te amaré. Pero también
sé que aunque entintara con esta frase todos los cuadernos del mundo, no sería
suficiente. No seré suficiente, no soy buena, lo sé y tú lo sientes. Dejé que
me arrastrara la corriente, dejé que me presionara contra el suelo haciendo
pedazos lo que pensaba inquebrantable.
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