Estoy harta de ti, estoy harta de esto. Esta es una declaración de guerra.
No es que esté arrepentida, al final, tú no fuiste el único que consiguió exactamente lo que quería. Tuve tus ojos cerrados y tu lengua suelta, con tu voz desecha diciendo todo lo que yo quería que dijeras, tuve tu confianza ciega, tu leve preocupación y tu abrazo fuerte y delicado... lo tuve todo de ti justo cuando creías que era yo la que se había entregado por completo. Porque eres joven, ingenuo y terriblemente seductor; eres un pecado, una visión, pero no has entendido que yo puedo serlo todo. No has entendido nada.
Entiendo tu confusión, entiendo todos los impulsos y las malas caras. Créeme, es triste, te hace falta crecer y a mí me hace falta volver a nacer para encontrarnos todo en su sitio, para que tus palabras hermosas se tiñan de verdad y las mías dejen de ocultarse en mi sangre, para salir a la luz aunque sea para ser regadas en las banquetas donde no me importó caminar detrás de ti, con la vergüenza palpitando debajo de mis mejillas solamente por estar ahí riéndonos, con tus manos halándome de un lado a otro, sin dejar de mirarme así. Tal vez no entendí esa indirecta, tal vez sí pero no lo quería reconocer. Tal vez todo, lo sabes, todo. Pero no, no esta vez, porque tú piensas que no soy suficiente y lo que sucede en realidad es que 'suficiente' es demasiado poco para mí. No entiendes nada, niño de oro, y cuando lo hagas será muy tarde.
Odio lo que me haces sentir (decir, hacer, pensar), odio todo esto.
Adiós para siempre.
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