Todo comenzó con un
golpe en el rostro, un martillazo de tal fuerza que reconstruyó su nublada tez,
convirtiéndola en un esbozo de su antes pronunciada inestabilidad genética,
llena de respaldos de la información virulenta; quedó convertida en un ser
capaz de manejarse con la cara en alto, o al menos con un poco menos de
renuencia a hacerlo. A ese literal golpe de suerte le siguió otro, uno más
profundo y mucho menos conciso: su sangre se agitó en un maremoto, sus manos
temblaban y la consciencia sacudió sus antiguos y fantásticos terrores. Su
cabello se hace grande al contacto con las malas vibras, se desliza suavemente
sobre los hombros gigantescos y se retuerce ante la magia negra, incapaz de ser
domado por los demonios, solamente susceptible al agua fresca, delatando su
alma una vez más.
Ahí está, como
resultado de un frenético acto que desató una cadena de malestares que logró finalmente
sacudirse, enfermándose de locura, ambición y renovada fuerza. No fue valentía,
por supuesto, ni estrategia y mucho menos madurez, fue total y completa
devoción; fue un momento de magia y otros dos de desgarramiento. No fue fácil,
por supuesto, solamente fue constante, fue enérgico y fue milagrosamente
verdadero. Es difícil encontrar un momento de sinceridad cuando se trata de un
alma como esta, tan llena de profundos rencores y aún más profundos
arrepentimientos, desbocada por el miedo y drogada en irrealidad, y aunque
sobrevive, por supuesto, tal vez necesite darse más crédito por ello.
No es necesario
remitirse de nuevo a las pruebas, a los detestables recuerdos, ni a los buenos
momentos; ni al acosador insomnio una y mil noches más. No esta vez. Quizá sea
suficiente con admitir que ya no se trata del juego aparentemente infinito de
las identidades parciales o de los sueños agujereados, o tal vez llegó momento de
dar un paso firme (con uno solo basta) y secarse las lágrimas que se ciernen
sobre el cielo estrellado desde los ojos diminutos, sobre las mejillas extensas
y hasta la barbilla afilada. Lágrimas que callan nombres y direcciones; sangre de
su sangre y amor de sus amores.
Es algo más que hueso,
carne y sangre, sin embargo. Es algo más que letras inconclusas y familias
incompletas, algo más que amores no correspondidos y sesenta kilogramos de
desgracias mal sazonadas: es más de lo que puede verse, aunque apenas se
defienda de los comentarios crueles y las miradas vacías, aunque no pueda
pronunciar palabra sin desmoronarse o disfrazarse de sonrisa eterna y perfidia
socarrona, sin poder dejar de ser niña caprichosa, ilusionada y amorosa, como
la más inocente aunque haya presenciado la muerte, y vivido plenamente la
soledad y la deshonra. Como cuando le había dicho a quien más daño le hacía que
lo volvería a intentar, pasara lo que pasara. No fue sólo en un sentido, vale
la pena mencionar; cambió de fe, de rumbo, de piel y de corazón. Cambió como
cambia el mundo cuando algo le está matando, cambió para renunciar a los
monstruos a los que se había acostumbrado y honrar a su guardián familiar…
honrar a su propia esencia.
No es tan complicado
como una balada triste, en medio de una noche oscura solamente iluminada por
una lámpara que emite brillo de luna, porque ese instante es solamente suyo,
como el amor que todavía siente y que, si de trata de ser precisos, solamente ha visto como
es en realidad. Crudo y honesto, como siempre debía haber sido. No es tan
complicado como los misterios de la mala suerte, ni de la mala magia, ni del
mal dormir; solamente se trata de aceptarlo como parte del panorama, como la
necedad de esos cabellos y las limitaciones de esos diminutos ojos. Solamente
se trata de vivirlo un poco más.
Se echó sus creencias
al hombro con todo lo que contenían: textos viejos y objetos punzocortantes
incluidos, simplemente se fue y no miró atrás. Se fue y quizá no regrese más.
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