He tratado de reducir el impacto, claro, como cualquier ser viviente
intentaría; he tratado de ocultar que me refugio en el pasado, no sólo por el
temor al futuro o la insistencia en clavarle astillas a los recuerdos para que
los momentos felices se vean nublados y las condiciones climáticas me permitan
dejar de sentirlos por un par de horas; claro, no es solamente por eso, es por
amor.
La fuerza de la realidad es insoportable para esta piel, por eso le
grabo inscripciones de fe y amuletos de pasión bajo la mirada tajante de
quienes piensan que todas mis acciones son penas y atentados: Disfraces y
evanescencias. Y no, no volveré a hacer hincapié en mi fragilidad ni en la
volátil naturaleza de mis decisiones, si se les puede llamar de esa forma;
tampoco insistiré en idolatrar mis obsesiones porque eso tampoco me hace sentir
mejor. No ahora, al menos. Quisiera tan sólo decirlo por primera vez, decir la
verdad completa, tan clara (que no es mucho) como la veo ahora: esto es por
amor.
No solamente por amor a ti, que probablemente ya no tengas interés en
leer esto, ni a mi padre, que por supuesto lo sabe todo mucho mejor que
cualquiera de nosotros, o al universo entero; es por amor a mi vida.
Es lo más radical que he escrito, quizá, desde que tengo presente
escribir como única salida de cualquier agravio hecho por mi soledad o mi
toxicidad femenina… ¿Yo, una oda a la autodestrucción
y al mal juicio, amando mi vida? Sería cuestión de mirar más de cerca, de
completar oraciones y atar todos los cordones incendiados de la catástrofe,
pero por supuesto, es verdad.
Por ahora eso es todo lo que tengo claro: que mi vida ya no puede ser el
blanco de todos mis malos pensamientos, ya no puede ser aquella cosa inventada,
hecha al vapor, poco coherente y repleta de hojas en blanco y, peor, de
oraciones incompletas. Evidentemente, tampoco sería inteligente apuntar
demasiado alto, despegarme del suelo, perderme en las estrellas (las luces,
Dios mío, las luces) porque se bien que vengo del mar, de la profundidad llena
y espléndida como la vida y (ahora lo veo) mucho más bella que la muerte. O incluso
sería más estúpido apuntar la daga envenenada más allá, hacia los demás, a las
vidas que no me pertenecen, sin importar que sean blancos fáciles o que algunos
aspectos de ellas me pidan a gritos dinamitarles desde la raíz. Aunque se lo
merezcan. Esta vez no por amor si no por la innecesaria depuración intestinal
que me provocan las dudas y los matices, las malas intenciones y, por supuesto,
la llana y transparente mediocridad.
Por todas estas razones, considero que he progresado, todo esto no puede
ser negro o blanco (turquesa o púrpura) por completo, debe ser como siempre he
soñado que fuera y, claro, eso también es culpa mía: deseo fervientemente que todo
aparezca claro en una lista para poder ir borrando los pendientes, para poder avanzar
de acuerdo con un proceso; querer todo escrito en piedra, eterno y sagrado, ha
sido el peor de mis errores, estoy consciente. Sin embargo, sé cuál es el acabose
de estos problemas de insensatez y terrores nocturnos, nace desde el fondo de
mis aguas y no revela nada más que la pasta base de mi alma: la memoria. Ahí se
me demuestra siempre lo contrario, que cualquier esbozo de felicidad que he
podido tener en la vida está empapada (o inundada hasta el techo) de rebeldía, improvisación
e ingenuidad.
Esto no quiere decir que para ser feliz hay que ser al menos un poco
imbécil, necesariamente, también puede significar que mi libertad, aquel mito
urbano con el que sueño todas las malditas noches, está enamorada de las risas
brutas y las indecencias, las oscuras calles y las omisiones en las sobremesas.
Tal vez el secreto esté en convertir mi OCD de pensamiento mágico en
pensamiento mágico a secas, tal vez la brazada final la pueda dar gracias a
este amor, que como sea sigue viviendo aunque se disfrace de odio, se vista de
noche o esté completamente aterrado por el futuro, pues ya está aquí y se le
ilumina el rostro al ver mis labios partidos y mis ojos cerrados.
Que la vida me guarde del impulso post-traumático de hacerlo todo bien,
que mis errores (de atreverme a cometerlos) valgan su consecuencia, que el amor
nunca se acabe y la pasión me consuma, que sea suficiente. Que no se borren las
letras ni se desmiembren de nuevo todas las lunas de octubre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario