La brillantez me está cegando, no la mía, por supuesto, ni
la de los recuerdos, ni la de este universo porque esa luz es color azul marino
(qué bello) y es profunda como el tiempo. Tiempo, eso somos todos, pero esta
luz viaja más rápido, si es que alguien le lleva la cuenta. Ya no puedo hablar,
ni pensar, ni soñar sin que se cuele debajo de mis pestañas y toque con sus
heladas yemas la más tersa fibra de mis entrañas, el más profundo de mis
temores, manchando así el más pulcro de mis sentimientos, provocando un coma
profundo para evitar volverme completamente loca.
Ese maldito brillo, ese sonido metálico y esa sensación
acuosa que me deja en la cabeza no son felicidad, y si lo son, es muy mediocre;
pero el arrebato de los monstruosos lapsos nadando contracorriente en su
búsqueda hace sentir esa luz como un verdadero alivio. Estoy enloqueciendo, sí, brutalmente, peor
que antes. Soy un peligro para mí misma, estoy más recelosa y mucho menos
pendiente de mis deseos opacos que de mis caprichos brillantes de cristal
pulido y esencia de vainilla; me he convertido en la obra maestra del cinismo.
Los recuerdos hermosos y los tormentosos se mezclan y fusionan
para envenenarme la sangre, llenándola de un líquido corrosivo que se siente como una tonelada de grava
sobre el pecho o como aquellos noventa kilos sobre mi espalda. No me sirve de
nada sentir, así que no lo hago; no me sirve de nada intentar soñar, ese
aparato se rompió de una sola vez, así que la noche lo convierte todo en una
experiencia giratoria y nauseabunda que me deja, quizá, más confundida que
antes.
Me he cansado de repetir que espero con toda mi alma que
alguien jale el gatillo y finalice todo, con una gran ironía, que esa misma
explosión violenta que arruinó mi vida ceda el paso, por fin, a la locura y a
la estamina; a todo el rencor y el dolor que he guardado dentro de mi pecho,
que se desborde por mis heridas como el océano deshabitado que es.
Yo sé que tú sabes bien de la sangre y el honor, el vacío y
el desconsuelo, pero no sé que dirías al verme aquí batallando (y perdiendo)
contra el futuro, la expiación y la independencia; definitivamente nunca lo
sabré, lo único que tengo en mente es que nada es lo mismo sin ti. No quiero
sentarme a agradecerte por todo esto, como hacen todos, porque sería injusto:
tú me diste el mundo, recolectaste todo esto para mí y eso nunca podré
pagártelo, ni agradecértelo lo suficiente, maldita sea, aunque me esfuerce
todos los malditos días en evitar darme cuenta de que no vas a estar ahí para
verlo, para escucharlo, para vivirlo a mi lado. ¿Lo ves? Me lo diste todo, pero
no vale nada sin ti a mi lado. Lo daría todo por volverte a ver.
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