Escucha. Pocas cosas me han
maravillado como la palabra. Pocas cosas han importado. Mi vida siempre ha
estado constituida de colapsos y hoyos negros, sin galaxias ni tesoros, todo
son abstracciones y absorciones. Nada es suficiente. Mírame ahora, estoy
rodeada de ti, adornada con tu legado y atada profundamente a tu alma, amando
las líneas largas y cortas de cada una de tus palabras, pendiente de tus ojos y
mis ojos muertos cada día, queriendo volver a verte.
Escúchame, padre, como siempre.
No sé cómo combatir, sin embargo, con esta vida, con esta parte de ella que no
me enseñaste a vivir. Al menos sé que sabes mis miedos y todo lo que en ellos habita,
que nunca comprendiste; y sé que podrás perdonar, tal vez. Al menos eso lo
sabrás también. Aquí tu recuerdo no logra eclipsar del todo las malas rachas,
los cortes y los recortes pero, ¿lo permitiré? No quisiera de nuevo pensar en
el cataclismo porque no sería verdad; la verdad tiene tintes de magia y
oscuridad, está embriagada de mala suerte.
La verdad se siente diferente cada
día.
El amor se ve difuso pero se
siente vivo y fuerte, el futuro ensordece pero ilusiona, asusta con sus
destellos a esta, tu niña malcriada, que tiene que ser adulta porque tú ya no
estás aquí para defenderla; me ilusiona tanto que no sabría cómo explicártelo de
no ser por esta absoluta y estúpida certeza que tengo de que ya lo sabes.
Escucha todas las improbabilidades, ¿ahora lo ves? Tal vez no sólo te referías
al país cuando dijiste que yo no pertenezco aquí.
No te veo, aunque te encuentro;
las maravillas siguen aquí, brillando, esperando por ti. Te extraño. Te extrañamos.
Escucha, mi universo es ilimitado
pues el verbo es el doble del cosmos, pero no me cansaré de tratar de conciliar
éste, tratar de resolverlo, tratar de entender y escucharte a ti como eres
ahora: un ente más allá. Simplemente más y siempre más.
Es difícil para mí contemplar la
realidad, además me divierte sobremanera tratar de cambiarla, morirme por ella y
volverla a inventar, pero lo cierto es que esto no me he dejado sentirlo
siquiera, solamente lo respiro a través de cosas como esta para no volver a
sentir que el cielo me aplasta contra el concreto, que mil manos tratan de
sujetarme mientras mi psique sufre un infarto y mi cuerpo se rinde, finalmente,
ante el espíritu que intenta contener. Escucha, no puedo hacer eso todos los
días.
Sin embargo, trato de seguir ese
espíritu ahora; intento pensar qué es lo que me ‘gustaría’ aunque pienso demasiado
en ti. Sé que pasará, aunque todo lo que ignoro lo vuelvo prosa, y todo lo que
no es prosa lo ignoro. Todo lo que me toca se destruye. Ojalá pudiera estar ahí
contigo, disculparme y decir: escucha, yo pienso en ti cada día y cada noche.
Te amo cada día y cada noche. Ojalá, simplemente, nunca hubieras tenido que
irte. Como debería ser.
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