A veces pienso que toda esta inflamación es culpa mía, que
mi altivez se devora mi cara, que mi terror revuelve mi cabeza y me deja
mareada todos los días, me quita poco a poco la fuerza. No sé responder
preguntas, he perdido la capacidad para reaccionar y salvar mi vida, sin
embargo (y aunque soy la autora
intelectual de todos los crímenes en contra de mi cuerpo y, hasta cierto punto,
mi alma) no se puede decir (nadie, nunca) que ésta es mi zona de confort. Está
hecha de fuego, espinas y clavos, no hay nada de cómodo en ella.
Los ojos de los otros me miraban con lástima y dos segundos
más tarde, con desesperación. No es su culpa, no lo saben, sólo lo creen, y lo
ven pero no les importa. Soy la viva imagen de lo que quiere decir un fuerte y
claro “no tengo puta idea”. Solamente quisiera un momento de paz, una voz que
no me destruya la frágil cordura con sus preguntas, por qué no vivo, por qué no
sueño, por qué todo se detuvo.
No tengo respuestas, no puedo decirle a alguien cómo se
sienten estas cosas, lo único que se me ocurre es compararlo con la amputación
de una extremidad: no se puede dejar de pensar en ello, duelen las heridas pero
menos que los espacios vacíos, el cuerpo no se espera vivir así, es enfrentarse
a lo que uno más teme. Quizá eso sea lo que me tiene en estado catatónico y
viviendo con estos delirios de persecución: vi mi peor pesadilla hacerse
realidad y ahora no puedo dejar de verla.
Empero, contrario a lo que muchos piensan, sé pensar
positivo, sé despertar y moverme aunque sea evitando los temores o
enfrentándolos a la mala; de no ser así, sería la muerte la encargada de
escribir estas oraciones por mí, pero ella diría que estoy justo en el lugar de
donde nunca debí haber salido. Enamorada de ella, perdida con ella, ahogada, al
fin, en todo lo que más amo y que ella se ha guardado para sí.
He perdido la magia, quizá, pero no la inocencia ni la
perfidia infantil, son lo que me mantiene de pie, cada quien escoge su veneno. No
soy estúpida tampoco, sólo soy desgraciada y me he embriagado de mi culpa (mi
grande culpa), tomo mis drogas de bruja y mis artilugios de princesa, de todos
colores y formas, porque estoy siendo acosada por mi propia vida que (dicen)
necesita ser completada y llena de credenciales, propiedades y medallas, para
probar que no soy una idiota y tampoco una irresponsable. Aunque yo ya lo tenga
claro. Y a qué costo, dios mío, si parezco un ratoncito atolondrado que acaba
de atiborrarse de veneno; mejor dicho, una ballena a punto de vararse; yo
quisiera preguntar por qué, pero no tengo ese derecho.
Ojalá pudiera dormir, ojalá simplemente me dejaran en paz.
Ojalá nunca te hubieras ido.
Ojalá hubiera sido yo.
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