La toma de decisiones nunca ha sido mi fuerte, de hecho, no existe registro de nada que lo sea más que un par de logros viejos, desgastados y que a nadie le importan ya, si es que alguna vez sucedió; si acaso, elaborar un plan no es un problema, al contrario, es un alivio, pero la verdad íntegra es que moverme de un paso a otro es un martirio gigantesco.
No importa lo mucho que lo intente, que las cosas salgan bien no representa absolutamente nada, por el contrario, solamente eres visible cuando te estás borrando, cuando tu integridad no es más que un mal recuerdo, y aún así sigo creyendo que los planes van a salvar mi vida de ser devorada por la angustia. Pero sólo yo sé que eso nunca va a suceder.
No sé si me gusta más pretender que todo lo estoy haciendo bien y ponerlo en blanco y negro (como todo en mi vida) para que sea real, antes de tacharlo, o simplemente que necesito alimentar aquellas cosas que me excusan de pensar que no tengo esperanzas, pero aquí y ahora, lo que necesito es el más intenso tono del dolor, la más vibrante de las etapas, el más perdido de los caminos.
¿Quién escogió la vida un día puede tener una segunda opinión?
Soy yo quien decidió lo primero y, ahora, voy a dar la vuelta atrás.
Sé que no voy a tocar fondo, no es el punto, ni siquiera tengo uno; tan sólo quiero llenarme de la desgracia que forjó mi esencia, quiero probarme a mí misma que sigo siendo la persona con disciplina, con voluntad, con una nube espesa de tristeza haciendo ondear la bandera de la que más me he sentido orgullosa. No me interesa lo patético que suene, nadie sabrá nunca la verdadera historia; sólo quiero rozar a la muerte con los dedos, y así, aunque no la sepa contener dentro de mí, voy a tenerla...
No hay comentarios:
Publicar un comentario