lunes, 17 de marzo de 2025

Don’t look

 11.03.25

Nos vimos en el espejo y nunca vimos el fondo, un segundo después no pudimos recordar un ápice de nuestro rostro, ni la textura de nuestra piel, mucho menos el color de nuestros ojos. Siempre he regado las culpas a mi alrededor hasta que hoy me quedé sola con toda el agua estancada, anegada, podrida como yo, como ese reflejo que ya no recuerdo pero del que tampoco me puedo librar. 

Nos vimos al espejo el abismo y yo, pero no encontramos más que el consuelo rápido de una juventud que retrocede unos centímetros cada día, como una presa en la sequía más aguda de toda la historia. No tengo nada dentro de mis manos, ni del pecho, y ya casi nada en la cabeza. Me estoy volviendo un desperdicio de recursos para mí misma y para todos los que me conocen porque ya no puedo devolver un saludo sincero, ni siquiera una mirada interesada. 

Mi mente, por otro lado, está adiestrada para cumplir mínimamente con horarios, visitas y actividades sin excelencia de ninguna índole, incluso fallando hasta cierto grado, pero siempre interactuando y respondiendo. Por eso nadie ve el fatal vacío a quien tengo que retar todos los días: poniéndole obstáculos, robándole la energía, para evitar que se acerque más y me mate. 

Sin embargo, el vacío y yo nos vimos al espejo y encontramos esos ojos cuyo color parece uno y luego otro al atrapar un rayo de sol, y que son nuestro único portal de comunicación. Yo dejo escapar al vacío por esos ojos a veces, y otras, solita escapa, pero jamás en forma tal que podamos preocupar a nadie o perturbar la estabilidad aparente que mis horarios y restricciones sostienen a duras penas.

El vacío y yo nos vimos otra vez hoy pero ninguna hizo nada por intentar recordar el rostro de la otra. Ambas sabemos que un día la voy a dejar ganar y no va a importar cómo nos veíamos: si éramos bellas, delgadas y tristes, o si fuimos dos o tres veces felices, redondas y rojas como jamones. No importará porque estaremos muertas y, al fin, en paz; rodeadas de flores y no de prisas, sin sentir el ardor de la angustia que provoca ser miradas, conocidas o queridas por otros. Sin nadie que recuerde nuestro nombre, como nosotras no podemos recordar nuestra cara todos los días. 

Mother war

 21.11.24

Desde que tengo memoria, siento una guerra dentro de mí. De un lado tengo el desdén como bandera, el egoísmo y la traición; del otro lado asoma la legión de la nostalgia, siempre en frenesí, con hambre y desesperación. Odio que mi vida oscile siempre entre un lado y otro, y detesto aún más darle a la gente el poder para activar el estado marcial.

A veces quisiera abrasar en fuego a esas dos naciones hasta que no quedara nada pero, como lo dijo sabiamente mi yo de dieciocho años, ninguno de mis rituales suicidas funciona. Quisiera, en otras (pocas) ocasiones, tener el valor de reinventarme por completo y sanar aunque fuera en otro lugar y en otro contexto. Sólo quisiera callar esas voces dentro de mi alma, ahogarlas o apaciguarlas, lo que suceda primero.

Al final, matarme de hambre sólo surte efecto un par de días, todas las sustancias venenosas están en un cajón junto a mi cama, el borde del puente cada vez parece menos alto y la perspectiva, cada día, es más amplia y más desoladora. ¿Quién soy si no me quiero morir todos los días?, ¿qué hago si no me estoy haciendo daño?, ¿por qué hacer las cosas bien se siente tan mal? 

No pude controlar mis adicciones y las corté de tajo, funcionó pero ahora me quedé sin historias qué contar. En mis sueños veo al diablo velando mi cuerpo paralizado sobre mi cama de infancia, y me duele, me quema como si pudiera sentir las llamas del infierno en el que no creo y al que, de cualquier forma, estoy condenada.

Tal vez no sea un sueño, tal vez realmente me quedé ahí desde hace años y nadie lo ha notado todavía: mis órganos están fritos y mi piel calcinada, todo huele a pelo chamuscado bajo la sombra del árbol que mataron para que la casa pudiera crecer antes de ser abandonada.

El fuego inició ahí y puso a mis naciones en contra, no puedo elegir, sólo puedo pasar seis meses del año en cada lado y soñar con fuego y con casas a las que no podré nunca volver a entrar.