Ni una sola vez, jamás, ni por un instante pensé que esto pasaría. Desdeñé mis sentimientos durante meses, entrené mis oídos para no escucharte, cerré mis ojos para no verte y quise ocultarme detrás de golpes de pecho y ansiosos saltos de fe para huir de ti y de lo que yo creí que jamás me iba a suceder.
No sé todavía por qué, muchos estarían esperando que un choque me despertara para encontrarme de nuevo sola en la oscuridad con las manos vacías, porque a eso estoy acostumbrada. Siento como si mi mente, tan indulgente como siempre, me estuviera sembrando estas imágenes para pensar que eres tú, que estás conmigo y que me quieres, antes de matarme o sofocarme con algo terrible.
Eso es demasiado bueno para mí, por eso no puedo quitar mis manos de tu piel ni mis ojos de tu cara, por eso te he repetido que eres un sueño, y no deseando que se termine y algo me despierte sino pensando en la tremenda suerte, tremenda luz, tremenda buena noche que sería aquella en la que todo esto pasaría de ser así.
No sé si pueda alguna vez transmitir la felicidad, la paz o el amor que depositas en mí pero puedo dibujar aquí imágenes que quizá se acerquen un poco: eres esa luz que reflejaba el mar en el atardecer de cuatro cuatros, eres esa canción de la mañana fría en la carretera junto a la playa; eres mil noches de risas dentro del auto, eres esas mil noches sin pesadillas; eres el sonido de las fiestas, la voz de las canciones, la fuerza de los vientos y todas las horas más felices de mi vida. Mucho más y nada menos.
Eres lo único que no puedo explicar ni entender pero no quiero, porque solamente sé que supe desde el primer momento que eres el lugar al que pertenezco.
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