Cuando abrí los ojos, el cielo se había vuelto rojo. No me limites esta voz y este sentimiento, no quiero, ojalá pudiera dejar de escribirte y sentir que puedo olvidarte o dejar de pensar en ti. No lo sé, todavía me lamo las heridas porque me queman en las noches, cuando me atrevo a mirarme como soy: una trampa negra de penurias y omisiones.
Un día estuve agradecida de haber condenado a aquel desamor al precipicio, quizás por darme un poco de indulgencia y un poco de noche para poder dormir. No eres un santo, ni un príncipe, pero tampoco eres una maldición, lo sé, sin embargo no voy a seguir pidiéndote perdón por el único momento de triunfo que tuve en tres años a cambio de ti.
Seré sincera y diré que si me sostengo en pie es gracias a tu desvergüenza, me llevaste al límite de la icongruencia y te tragaste toda mi dignidad; me despediste de ti en plena madrugada, abierta de par en par, sola y humillada. Nunca más volviste la mirada, ni para hablar con la verdad ni mucho menos para reparar en que habías usado el amor más grande del mundo en contra mía.
Y eso no se lo puedo perdonar a nadie.
Te amé como a nadie y te amo como a pocos, con recelo y con odio, pero con fervor al fin. Sé que tengo que olvidarme de ti, no porque te lo merezcas o me lo merezca yo, aunque eso sea completamente cierto, sino porque de tus cenizas no renací pero renació el amor. Alguien ve en mí lo que tú siempre quisiste que yo no viera, eso me salvó la vida, no tus palabras ni tus limosnas, sino una certera y honesta acción... y si alguna vez fingí ser así y me revolqué en la traición víctima de mi obsesión por ti, esta vez te lo voy a decir: aunque me muera, aunque me mate, aunque todas las luces se apaguen, no volveré. Yo no soy como tú, aunque mira qué bien lo aparenté.
So long and goodnight. Que el azul nunca te atrape.
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