Hubiera querido saber cómo actuar, que alguien me vendiera un manual sobre 'cómo enfrentar el futuro y hacer tus sueños realidad sin hacerte añicos en el intento'; hubiera pagado lo que sea.
En este ir y venir he dejado de vivir, he pausado mis romanticismos y mis cataclismos por hundirme... hundir la cabeza en ejercicios de gramática y vocabulario, en ver pasar dos horas de mi vida cada tantos días, esperando que lo que dije hubiera tenido sentido para que me paguen y poderme ir. Ir, ¿a dónde? A hundir mi trasero en el asiento e instalarme en el tráfico que alimenta mi migraña, que me endulza la promesa de dormir sólo para, por la noche, atormentarme con todo lo que hice mal durante el día y despertarme cada tres horas por la culpa.
¿Qué estoy haciendo? Claro, lo he llevado bien porque tengo la excusa de ser más joven que el promedio y de estar mucho más preparada para enfrentarlo (¡imagínalo!); la verdad es que lo he podido llevar bien solamente porque sé que se me juzgará enormemente si no lo hago, si estallo, si me quejo... Igual que siempre.
El sueño de la libertad es todo un conjunto de ironías, se basa en el constante avance y retroceso de mi corazón rumiante: se basa en perder la idea de perder, de creer que en el fondo, valdrá la pena, y que todo lo que estoy sintiendo ahora no es otra cosa más que el aviso del éxito entrando por mi puerta. Claro, me miento al decirlo y al pensarlo, pero no tengo más opciones, las agoté desde hace tiempo, y aunque estoy consciente de mis privilegios y de mis ventajas, la verdad es que quienes no las tienen siempre han tenido, por otro lado, esa calma elegante que les suaviza la mente y los limita (o restringe por completo) ante la realidad: que quizá nada valga la pena, que quizá 'la pena' nunca se acabe, que nos moriremos antes de saber para qué trabajamos tanto, para qué dejamos de dormir, para qué no nos dejamos juzgar y nos volvimos cómplices de lo que quisimos combatir.
Es cierto que yo lo sé, que lo tengo presente, que en ningún momento he dejado de ser este fuego naciente o esta luna de octubre, sangrante como la mala suerte, pero también sé que he hecho tantas cosas tan mediocremente como me ha sido posible porque pienso que no las necesito, que las paradas en el camino de lo que quiero no significan nada para mí, aunque muy adentro el corazón me punze dentro de la cabeza gritándome que me detenga, que piense, que no camine como todos, arrastrados por la demencia urgente de ser llamados adultos, recorriendo caminos por los que caerán miserablemente y se conformarán con ello. Y estarán agradecidos.
No, yo no soy como ellos pero tampoco soy mejor, porque ni siquiera soporto el camino, porque trato siempre de evadirlo, porque deseo que me maten a cada paso que doy. Tal vez lo haga, tal vez lo haga, tal vez lo haga, tal vez me voy.
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