Ella está en blanco, en el blanco más puro; apretando los ojos, de pie frente a la marea, conteniendo la respiración con el alma aguadándole la sangre. Sangre, todo lo que le queda es sangre.
Sangre hoy y sangre para siempre.
Pero, escúchala: rocío de agua salada, limadura de plata y... déjame adivinar...
Mírala, escondiendo el puño cerrado, callando el ingrediente secreto; pintándolo y espolvoreándolo de magia, escribiéndolo sin dudas aunque suene a estiércol cayendo desde lo alto, desde allá, desde el culo de Dios.
Octubre es una orquesta de balas, un ciclo infinito de errores, y suena desde el primer día hasta la 'e' como una maldición. ¿Qué más hay que decir al respecto? Que ése es justo el problema, tiene la cabeza infectada de aguapuerca y toda la sangre liviana, liviana y maldita, verdad de Dios; se la está sorbiendo el silencio, la tempestad uterina y la levedad inmunológica. ¿Cuál será el momento idóneo para agonizar o para hundirse?, ¿ahora sí es de verdad?
Mírala, ahí está otra vez huyendo, cauterizando las heridas con coplas sobre libertades compradas, cubriendo los agujeros de bala con los dedos mochados, rellenándolos con ceniza: lo único que queda de la vida misma. Sonriendo porque qué chingados puede salir peor ya.
Díselo, que no tiente al destino porque, como siempre, esta sangre no ha parado ni parará por los otros noventainueve octubres malditos, patrocinados por esta luna sangrantes (tuya, solamente tuya)... Faltan otros noventainueve años de pura puta soledad.
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